El incómodo
silencio que viene después de mi risa me hace sentir... extraña. Todo el
ambiente se convirtió en algo raro y lleno de energía. Como si una barrera se
haya levantado entre el idiota y yo.
Yo,
Julianne Cousteen, soy la persona menos indicada con quién hablar de amor.
Nunca he tenido una pareja, ni mucho menos una estable. Mi mejor amiga es la
única desde siempre. En mi casa, no hay una muestra de afecto presente: mi
madre trabaja todo el día, y mi padre, además de abandonarnos, está muerto.
¡Mi primo!
Matthew, mi
primo, es mucho mayor que yo. Me lleva ocho años. Está casado con mi ex-niñera,
Kristen. Kristen y él fueron los únicos que me mostraron como podía ser el
amor. Y su hija France, es quién puede demostrarlo.
Martin mira
hacia abajo. Y luego, comienza a correr hacia un camino de árboles.
Trato de
encontrar mis llaves dentro del auto, para así irme de aquí.
Pero sé, al
no encontrarlas dentro del coche, a qué juego está jugando Martin.
Corro
detrás de él, a través de los árboles y la maleza, hasta que salimos a un claro
abierto. El sol de la tarde nos ilumina y una suave brisa sopla, revolviéndome
el cabello.
Frente a
nosotros, un auto oxidado de hace aproximadamente veinte años está clavado por
la parte trasera a un árbol. Debió de haber chocado hace una década, más o
menos.
Martin se
sienta en la parte delantera, medio abierta, y me uno a él, dejando flotar los
pies.
Me interesa
lo que este idiota tiene que decirme. Desde niña, he aprendido a leer sus ojos,
y ahora leo que hay de todo, menos mentira. ¿Acaso él iba a romper con su
preciada zorra?
—¿Por qué
quieres terminar con tu noviecita? — le pregunto, burlándome de él. Le doy un
golpe en las cotillas, y extrañamente, ambos nos reímos.
—Simplemente...
simplemente estoy harto de ella— me dice, encogiéndose de hombros—. Harto de
todas sus exigencias, sus pedidos. Odio el equipo de futbol. Yo solo quería
hacer natación. Pero ella me arrastró a eso. Dijo que no quedaría bien que ella
fuera la novia del capitán de natación y no del de fútbol.
Me mira,
sus ojos llenos de diversión.
—Ahora,
dime pequeña Cousteen— me dice, y me patea el pie—. ¿Cómo es que eres una de
las chicas más pedidas del instituto y nadie pide salir contigo?
Lo pienso
un segundo, mirando hacia delante.
—Uno, odio
a todos y cada uno de los estudiantes, exceptuando a Gemma. Dos, nunca me piden
salir con ellos, y si lo hacen, los mando al infierno— hago una pausa, pensando
en que nunca nadie me pidió salir, exceptuando a ese chico de segundo año.
Pobre idiota. Terminó siendo humillado frente a sus compañeros—. ¿Cómo es que
sabes que soy una de las más pedidas?
Él me
sonríe, bastante pícaro. Se rasca el cuello inocentemente. Creo que querré
golpearlo después de que me diga lo que tiene que decirme.
—Sé cosas que
no todos saben— dice, suavemente—. Pero, dios mío, cualquiera diría que eres
una de las más pedidas con ese trasero.
Con eso
último, se ha pasado.
Le pego con
mi puño en la cara. Siento su mandíbula crujir, pero no me importa. Mi cuerpo
se llena de satisfacción y adrenalina. Me levanto, dejando de lado el hecho de
que él tiene mis cosas.
—¡Eres un idiota!— le
grito con toda la voz que tengo—. ¡Sabía que lo eras!
Me mira,
con sus ojos brillosos. Hay burla en ellos. ¡Se está burlando de mí!
—¿Es por eso que ya no
somos amigos? — me pregunta, ahora sus ojos se oscurecen. Me estoy alejando
para marcharme, pero él me agarra del codo y me obliga a acercarme un poco.
—No somos amigos porque
Arianna arruinó nuestra amistad— le respondo, tratándome de zafar de su agarre.
Lo hago, y estoy caminando de regreso a mi auto, cuando escucho sus últimas
palabras.
—Y esa es la razón por la
que quiero terminar con ella— le dice al aire, y yo hago de cuenta de que no
escuché nada.
Después de
un largo rato sin compartir una sola palabra, Martin decide devolverme las
llaves del coche. Lo empujo y cae sobre el tronco de un viejo árbol. No me
importa que su mano haya tocado un par de ramas salidas y puntiagudas y que su
mano esté sangrando un poco mucho. Ese es el menor de mis problemas ahora.
Salgo
corriendo hacia el lugar por el que vinimos hace un largo rato. Mis zapatillas
golpean la hierba debajo de mí, haciendo ruido cuando pateo alguna que otra
piedra.
Corro hacia
mi auto y salto dentro. Segundos después, estoy dando marcha atrás y salgo a la
carretera de tierra por la que me trajo Martin.
Aprieto a
fondo el acelerador, cosa de que Martin no tenga tiempo para alcanzarme. Ver a
Martin ahora es lo que menos quiero.
Diez
minutos después, me encuentro en el centro del pueblo.
Mi casa,
una cabaña enorme, queda en los suburbios de Fort Nelson. Aparco en el garaje
de mi casa. Mi madre no llegará de su empleo hasta pasadas las nueve, así que
el interior del garaje brilla por la ausencia del otro coche.
Saco las
llaves de mi bolso y tardo en lograr meterlas en el picaporte. Todo comienza a
moverse frente a mí, como si estuviera en un salón de espejos. Comienzo a
temblar, y mi cabeza comienza a doler.
¿Qué me
está pasando?
La puerta
se abre delante de mí y comienzo a ver todo borroso. Las llaves y el bolso se
deslizan por mi brazo, como si ahora mi cuerpo fuera de mantequilla.
Y caigo al
suelo, sumergida en una gran luz blanca.
Siento algo
frío.
Siento algo
raro.
Mis huesos
duelen hasta el fondo de mí ser.
Estoy en
una agonía casi perfecta, que podría matarme si fuera un toque más dolorosa.
Pero, sinceramente, duele tanto que quisiera estar muerta.
Abro los
ojos.
El pasillo
principal de mi casa está sobre mí. La habitación está iluminada de un extraño
blanco cegador y pálido.
Me levanto
lentamente, mirando para todos lados, sin saber de dónde demonios viene la luz.
La puerta
que lleva a la sala está frente a mí, las escaleras a mi izquierda. Mi cerebro
comienza a orientarse en la habitación. Detrás de mí está la pequeña mesa en la
que hay fotos mías y de mi madre y un espejo con marco plateado.
Me doy la
vuelta al sentir el frío sobre mí.
Y grito.
En el
espejo está reflejada una chica. No soy yo. Ella brilla. Tiene ojos blancos,
piel pálida, su cabello es blanco, como la nieve. Mi ropa ya no es mi ropa, es
en tonos de celeste gélido.
Me toco el
rostro. Soy y no soy yo. Soy yo en el cuerpo de otra persona. Sí, es eso. Esa
chica no puedo ser yo. ¡Soy un fenómeno!
El
crepúsculo cae afuera, por la puerta entra el viento de la tarde de otoño. Me
estremezco ante el frío. Todavía faltan semanas para el invierno, pero es
patente la presencia de la nieve que pronto puede caer.
Escucho
pasos en la puerta abierta.
Giro mi
cabeza, y me fijo la medida de la situación.
Yo me
encuentro brillando.
Martin se
encuentra admirándome, de arriba abajo, como si fuera una modelo desnuda en una
revista playboy.
—Eres
hermosa— recita las palabras lentamente, ni bien da un paso adentro de mi casa.
Le miro
conmocionada y desconcertada, y no sé si es por lo que me está pasando o por lo
que él acaba de decir... Oh, Dios, ¿Él no acaba de decir esa palabra, verdad?
No hay comentarios:
Publicar un comentario