Fort Nelson,
Canadá.
La pequeña
casa que poseía la hija más joven de Nicholas Cousteen se encontraba a los
suburbios de Fort Nelson, en Canadá. La casa era más bien acogedora, y para
Madelaine y su pequeña niña, que era apenas un bebé, alcanzaba y sobraba.
Madelaine
estaba sentada en el sillón de su sala de estar, mirando caer los copos de
nieve por la ventana y con el árbol de navidad alumbrándole el rostro. Su hija,
Julianne, que no tenía más de dos años, estaba sobre su regazo.
La pequeña
estaba jugando con una muñeca. Kristen,
decía un collar tejido en el cuello de la muñeca.
Madelaine no
sabía quién podría ser Kristen. Richard estaba haciendo todo lo que podía por
su hija indeseada tanto para él como para Madelaine.
Ella nunca
había querido hijos. No sabía lo que hacía cuando quedó embarazada de Julianne.
Tenía solo veintidós años.
Cuando le
dijeron que estaba esperando a Julianne, Madelaine se asustó. Hasta que dio a
luz y vio los grandes ojos azules y una pelusa amarilla en la cabeza de la
niña. Era una verdadera ternura. Y sabía que era de ella.
Richard hizo
todo lo posible para mantenerlas. Le daba juguetes y dinero a Madelaine. Pero
él estaba casado y tenía dos hijos.
Johan
y la otra niña...
Johan era el
mayor. Tenía doce años, y la niña tenía diez. Ella era más hermosa que él.
Madelaine recordó el pelo anaranjado y los ojos verdes de la niña. Sus ojos
eran como los de su padre. Johan tenía pelo rubio ceniza como su madre y ojos
avellana propios.
Madelaine
salió de sus pensamientos cuando escuchó a alguien llamando a la puerta de
entrada energéticamente.
Se levantó
despacio y dejó a su hija dentro de la cuna, mientras la pequeña comenzaba a
cabecear para rendirse al sueño.
La mujer
caminó con paso lento hacia la puerta y acercó su mano al pestillo, vacilante.
¿Quién podría estar tocando la puerta de su casa a aquella hora de la noche y
en vísperas de Navidad?
Abrió la
puerta, y un policía estaba parado en el umbral de la puerta, con una expresión
seria en su rostro, su cuerpo estaba tenso, al igual que su cara.
—¿Madelaine
Cousteen?— preguntó el policía. Su voz era grave y estaba cargada de
tensión.
—Esa soy yo—
respondió ella. ¿Qué hice? Fue lo primero que se le pasó por la
cabeza.
—Necesitamos
su presencia en la comisaría— informó el policial, tensando todo lo que quedaba
de su cuerpo.
—¿Ocurrió
algo?— preguntó ella, atónita, mirando hacia la sala dónde estaba su hija,
que se había rendido al sueño y yacía abrazada de un perro de peluche.
—Richard
Mosley Serviss— llamó el policía, y el rostro de Madelaine se iluminó por
un segundo y...—. Fue encontrado agonizando esta mañana en el parque. Hace unas
horas pidió su presencia. Ha muerto hace menos de una hora. Su cuerpo se
encuentra ya en la morgue.
Madelaine se
desplomó al escuchar eso.
Diez años después. Yorkshire, Inglaterra
Stefanie
Royalle estaba sentada en las escalinatas de su mansión en Yorkshire, esperando
a que él llegara. Lo había llamado un rato antes, después de haber ido a su
casa y no haberlo encontrado.
Mientras
veía como Marcus se acercaba a ella, desvió la mirada un segundo. ¿Cómo iba a
decirle lo que tenía que decirle? Se amaban, lo iba a entender, ¿Pero si no?
Ella no sabía cómo salir adelante sin él a su lado y ayudándola. Pero ella
reconocía que tenía una maldita costumbre de pensar las cosas negativas.
Sin embargo,
Marcus Night no tenía una vida fácil, al igual que ella.
Stefanie
tenía un hermano menor, Stephen, y habían perdido a su madre cuando ella tenía
once. Su padre se volvió a casar cuando tenía dieciséis y Stephen se enamoró de
Stella, la hija de la pareja de su padre. Eso fue como la perdición de toda la
familia, pero Stefanie pudo salvar lo poco que quedaba antes de que algo
terminara con ella.
Stefanie
conocía a Marcus desde que eran pequeños. Él y su hermana pequeña, Roxanne,
habían perdido a su padre cuando eran muy pequeños para recordarlo. La hermana
de Marcus murió en un extraño accidente, y, de tristeza, su madre también lo
hizo.
Tal vez, la
atracción era especial. Tanto Stefanie como Marcus sabían que tenían algo
especial, algo que los diferenciaba del resto. Y por eso y otras cosas más, se
amaban. Se amaban tanto que no sabían las consecuencias.
—Stephie— susurró
Marcus, cuando estaba a un metro de ella. Stefanie levantó la mirada y sentía
el picor detrás de sus ojos, cosa que le adelantó un llanto.
No llores. Se dijo a ella misma.
—Marcus— dijo
Stefanie, levantándose y limpiando el polvo en sus vaqueros—. Tengo algo que
decirte.
—Se
supone— dijo él mientras se acercaba más. Le acarició suavemente la
mejilla—. Martinique me dijo que habías ido roja y parecía que hubieras
llorado.
—Ni que lo
digas— susurró ella, bajando la mirada, un poco avergonzada por haber
aparecido así como si nada, llorando, en la casa de su pareja.
—Y
entonces...— Marcus abrazó a Stefanie, acariciándole el pómulo—. ¿Qué es?
Stefanie
tragó duro y lanzó una bocanada de aire. Sintió como se le encogía el estómago
y su corazón latía más rápido.
Esto no le
hará bien. Pensó. Stephie,
no le hará ni bien a ti ni a él.
—Soy yo...
Somos nosotros— ella hizo una pausa para respirar hondo. No lo estaba
haciendo bien, y si había algo que odiaba mucho, era tartamudear—. ¿Recuerdas
lo que hicimos hace un mes, Marcus? Tengo... tengo un retraso. Fui al médico
y...
—Estás
embarazada.
Ella se
tranquilizó. Marcus le había desatado ese nudo en la garganta que no le dejaba
decirlo. Aunque, después de todo, aquella noticia se la dio muy directa... o
eso le pareció a ella.
—Sí—
respondió ella.
Lo que siguió
después, Stefanie no sabía que ocurriría. Marcus la abrazó tan fuerte que ella
podría haber perdido la respiración, además de que no podía respirar porque él
la estaba besando.
—Estás...
¡Estás feliz!— gritó Stefanie, eufórica, cuando Marcus ya la había
soltado. Ella saltó y abrazó a Marcus.
—Claro que
sí, ¿Por qué no iba a estarlo?— él le frunció el ceño—. Eres mi novia, me
hago responsable de esto. Es mi hijo o hija, y lo cuidaremos juntos.
—Gracias— Stefanie
comenzó a llorar—. Marcus... tengo miedo.
—Yo
también— dijo—. Por eso, ¿Stephie? ¿Quieres ser mi esposa? — le preguntó,
sin dudar. Parecía que había planeado eso desde hace días, y lo dijo tan a la
directa que dejó a Stefanie en shock.
—Se supone
que tendría que ser bajo la luna, alrededor de velas...— ella hizo una
pausa larga, pero hablaba en broma—. Sí, quiero.
—Está
bien— dijo Marcus, mientras una sonrisa se le dibujaba en el rostro. Bajó
sus manos al vientre de su prometida y le dio unas palmadas—. Si es niña,
Charlotte. Si es niño, Carl.
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