Por la tarde, me toca ir hacia
la planta nueve de mi edificio para trabajar.
Salgo
de mi apartamento y le toco la puerta a mi vecina, Yocasta, para avisarle que
ya es la hora. Que sea una híbrida Viajera
no quiere decir que tenga reloj, porque es lo que menos tiene.
Yocasta
abre la puerta. Su cabello está recién rapado de un lado y del otro, hay un
largo mechón de pelo dorado con las puntas teñidas de rosa oscuro. Su ropa
siempre es de colores sufridos y destruidos. Ella es hija de híbridos y, por lo
tanto, tiene más pertenencias que yo.
Mi
vecina se ríe y cierra los ojos. Al abrirlos, veo lo que la delata como
híbrida: sus ojos son rosados, tanto como las puntas de su cabello. Los nacidos
en ciudades humanas no tenemos una marca híbrida, por así decirle, pero mis
hijos sí puede que tengan. Si es que llego a tener hijos, ya que esta marca
puede aparecer cuando tus padres son híbridos.
—Hola,
Kya— me saluda mi vecina, dirigiéndome una sonrisa mientras le colocaba a
su puerta la contraseña correspondiente—. Fui esta mañana a tu apartamento y no
me contestaste— dice, mirándome con el ceño fruncido. Demonios, hora de
inventar una buena excusa.
—Estaba
bañándome y escuchando un poco de música— digo, vacilando un poco, pero
Yocasta es lenta, así que dudo que se haya dado cuenta de mi vacilación.
—No
escuchaba el ruido del agua y la música— replica con mirada inquisidora,
mientras nos dirigimos al ascensor.
—Poderes
telepáticos— digo, tocando mi cabeza cuando paramos frente al ascensor.
Parece que esa respuesta le alcanza, porque no insiste más.
Entramos
en el ascensor que da a la ciudad, y marcamos la contraseña en el pequeño panel
para demostrar que pertenecemos al edificio. Después, tengo que posar mi mano
sobre el lector y Yocasta también, y recién ahí el ascensor comienza a subir,
piso por piso...
Hasta
que para en el cuarto.
Mierda.
Josh
entra sonriendo victorioso, porque de seguro sabía de antemano que quiénes
veníamos en el elevador éramos nosotras, pero porque somos puntuales... no como
él. Además, olvidé que, aunque tengamos distintos trabajos, trabajamos a la
misma hora.
—Señoritas,
que hermoso día, ¿Verdad?— dice mientras hace todo el juego que nosotras
hicimos hace menos de tres minutos.
—Hasta
que te vi era hermoso— le respondo, cruzándome de brazos.
Él se
acerca a mí, haciendo caso omiso de que Yocasta está aquí, aunque ella apenas
nos presta atención, ya que observa cómo van pasando los pisos.
—No
dijiste lo mismo ayer por la noche, cuando viniste a dormir a mi
habitación— susurra a mi oído, disimuladamente para que Yocasta no lo
escuche y vea.
Le pego
en la parte baja para que se calle. Le sonrío a modo de respuesta, mientras el
sufre. Yocasta no se dio cuenta de la escena que se desarrollaba atrás de ella.
Mejor así.
Llegamos
a la planta nueve y las puertas del ascensor se abren silenciosamente, dejando
a la vista el taller de las máquinas. Aquí es donde Josh se queda para reparar
las que estén mal, o a romper los circuitos de las que amenazan al sistema
Híbrido, como hacía mi padre antes de morir.
Yocasta
debe subir un piso más para trabajar en el casino, así que me despido de ella
con un movimiento de mi mano, tan simple como puedo.
Siempre
fui fría, así que ya está acostumbrada.
Y yo,
en cuanto al trabajo... bueno yo debo organizar los papeles del director de la
escuela.
Cuando
llegué aquí hace cinco años, nos daban dos opciones. Seguir la escuela hasta
terminarla a los diecisiete, o dejarla y tomar un trabajo tonto, como el del
casino. Tanto yo como Josh, que solo quiso seguir la escuela para fastidiarme,
elegimos terminarla y conseguir buenos trabajos.
Aunque
recién estamos a dos años de comenzar nuestros trabajos, tal vez si seguimos en
ellos, dentro de un par de años, yo llego a ser profesora, o incluso directora
de edificio de la escuela o del orfanato, claro si no me seleccionan como la Balanza antes, pero no es
un trabajo que quiera, aunque sí me eligen como ella no me va a quedar otra que
aceptarlo; Josh puede llegar a ser el mecánico general de las máquinas,
pero su gran cerebro lleno de estupideces no se lo permite.
Suspiro
mientras sigo el pasillo que lleva a la oficina de Lerroy, mi jefe. Él es un
hombre de más de cuarenta, y, lamentablemente, es un híbrido Humano, o sea, un hijo de
híbridos que no posee poderes.
Lerroy
tiene tres hijos: unos gemelos y una pequeña niña. Su mujer, una híbrida Cambiante, trabaja en la escuela
secundaria y fue mi profesora. En cuanto a sus hijos varones, Ross y Roch,
tienen dieciséis y de vez en cuando tocan los porteros de los edificios de
solteros, solo para fastidiar. En cuanto a la niña, Eve, no tiene más de nueve,
y no toma el camino que tomaron sus hermanos hace ya cuatro años.
Toco la
puerta de la oficina y Lerroy me dice que pase, como todas las mañanas. El
hombre es tan bueno que me trata como si fuera su cuarta hija.
Su
oficina tiene paredes de cristal que dan al parque principal de la ciudad,
donde niños juegan. Arriba se ve el edificio con los propulsores que lo hacen
volar. En el parque, se puede ver el ascensor que lleva al edificio del
subsuelo, y unos metros más allá el que lleva al edificio flotante.
—Hola,
Lerroy, ¿Cómo estás hoy?— le pregunto a mi jefe, mientras me siento en mi
escritorio frente a la ventana, del otro lado del de Lerroy.
—Bien,
querida, gracias— me responde, sonriendo—. Eve hoy irá a la sala de
máquinas para ver cómo funcionan.
Eve
siempre fue la que mejor me cayó de los hijos de Lerroy. Su cabello era
híbrido, de un color canela que nadie podría tener en una ciudad humana. Sus
ojos eran verdes, como los de su padre. Era débil y un escáner que se hace una
vez al año en la Ciudad de Tres Pisos daba que, probablemente, Eve también
sería una híbrida Humana.
En cuanto a Ross y Roch, ellos son ambos híbridos Combatientes.
—Espero
que le vaya bien— digo, mientras agarro la pantalla de la computadora y
comienzo a revisar mi e-mail.
—Tu
madre llamó esta mañana— dice Lerroy, mientras teclea en su teclado y
presiona enviar—. Dijo que la llamaras cuando sea la hora de tu trabajo.
O sea,
ahora.
—Está
bien, gracias— le digo, mientras cojo el teléfono y marco los números
correspondientes a las ciudades externas—. ¿Tienes idea de qué quería?
Lerroy
sacude su cabeza, mientras regresa a su tarea de organizar los expedientes de
los nuevos híbridos que piden una matrícula para la escuela.
Al
tercer timbre del teléfono, la voz de mi hermano, Lance, que el año pasado pasó
el escáner y le dio humano, contesta.
—Hola,
angelito— me dice mi hermano, entre risas. Él sabe que soy yo por el
lector de llamadas, supongo, y ese apodo humillante... bueno, es que como mi
poder híbrido es Angelical, él me ha
comenzado a llamar angelito, aunque no soy ningún ángel—. Mamá ahora no está.
—Vamos,
Lance, hace más de cinco años que me fui y me sigues llamando angelito.
Supéralo, ya no me molesta— replico, sonriendo, mientras agarro un lápiz y
lo muerdo. Esa mala costumbre la tengo desde que tengo diez.
—Es una
costumbre, Kya, no puedo evitarlo— me parece que se encoge de hombros al
otro lado del teléfono
—¿Sabes
que quería mamá? — le pregunto, sacando el lápiz de mi boca, y volviéndolo a
dejar en el lapicero.
—Creo
que quería decirte algo sobre la familia de Josh— me responde, pero no esperaba
que respondiera aquello—. Su hermana Caitlin fue trasladada a la Ciudad de Tres
Pisos. Creo que Josh debería saberlo.
Me
encojo de hombros.
—Se lo
diré cuando salga del trabajo en exactamente dos horas— digo, agarrando el
teléfono con el hombro y viendo la hora en la torre Híbrida frente a este
edificio.
—Tienes
suerte, Kya, acá tenemos que trabajar más de cinco horas.
—Dímelo
a mí, quiero algo no tan productivo como lo que hace Josh, o sea, lo que hago
ahora— le digo, riéndome—. Mañana hablamos, Lance, adiós.
Dejo el
teléfono en su lugar, y me paso ambas manos por la cara.
—¿Ocurrió
algo malo?— me pregunta Lerroy, cuando me ve suspirar y pellizcar el
puente de mi nariz.
—A la
hermana de catorce años de Josh la trasladaron hacia esta ciudad. No puede
significar algo bueno— le respondo, sentándome encorvada en el asiento.
—¿Una
manifestación anticipada, eh?— pregunta Lerroy, tecleando un par de cosas
en la pantalla de su computadora—. Eso no pasa todos los días.
—Su
familia es descendiente de híbridos desterrados, pero eso fue hace más de un
siglo— le cuento, aunque me parece que yo también soy descendiente de híbridos
desterrados.
Lerroy
sacude la cabeza.
—Los
genes quedan, Kya— deja la pantalla sobre su escritorio y me frunce el ceño—.
Ahora hazme el papeleo, quiero ir a ver a Eve cuando entre en la sala de
máquinas del edificio escolar— termina de decir, mientras relee una carta.
Me pongo a anotar las hojas que me pide, se las entrego, y estoy libre de trabajo
hasta dentro de dos días.
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