—Owens.
Demonios, no otra vez.
—Pase al frente.
Con
dificultad, me separo de mi asiento. Mis piernas tiemblan y siento que voy a
tartamudear en cuanto pase al frente.
Aunque,
claro, la directora no sabe que tengo pánico escénico, que le tengo miedo a las
alturas y que rara vez puedo hablar frente a muchas personas.
En este
caso, veinte de mis compañeros me observan. Cinco se ríen. Tres duermen. Cuatro
hacen quién sabe qué. El resto me observa, y algún que otro suspira.
Y siento la
necesidad de salir corriendo.
—Haz el
cálculo que escribí en la pizarra— me dice la directora, extendiéndome una
tiza.
Con manos
temblorosas, hago el ejercicio. Lentamente, sin mirar hacia atrás.
Suspiro
cuando lo termino y regreso a mi asiento atrás de todo.
La directora
observa mi ejercicio y pone un gran aprobado al lado. Y ahora viene el maldito
discurso que me hace quedar como una estúpida.
—Deberían
aprender de su compañera— pasa delante de Conny y le arranca la lima de uñas de
la mano—. Ella pasa sin decir palabra a la pizarra y hace correctamente el
ejercicio— acerca su rostro al de mi pesada compañera porrista—. No como
otros...— resalta la última palabra—, que no hacen más que no prestar atención.
Conny me
dirige una mirada llena de odio y me hago pequeña en mi asiento.
¿Algo más?
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