11.10.14

Mi Cuento de Hadas. Capítulo 4.

Les daré un breve resumen de la vida adolescente de hoy en día. ¿Qué esperan las mujeres? Bueno, principalmente chicos guapos que tengan ganas de tener sexo todos los sábados por la noche. También clubes nocturnos que las dejen pasar sin tener los dieciocho cumplidos y cosas así. ¿Qué esperan los hombres? Te lo resumo en dos palabras: traseros y pechos.
Ahora les daré un breve resumen de mi vida adolescente de hoy en día. No voy a las fiestas o bailes del instituto, ni a los partidos de los viernes. La única actividad extracurricular que tomo es el taller de arte, y, como en todos los lugares, apenas hablo.
Mi vida social terminó cuando tenía siete años, y terminó en el medio de la vergüenza y la humillación de no llegar a las expectativas de las personas que conocía, admiraba y quería.
Ya han pasado muchos años desde eso, y me deprimo al pensarlo. Pero, vamos, si me la paso hablando de mi vida o de cosas sin sentido, no podremos pasar a la verdadera historia de mi vida.

Comencemos desde el comienzo del año escolar. Primer día de clases. Chicas encontrándose con sus grupos de amigas y novios. Chicos chocando puños con sus colegas. Alumnos nuevos revisando sus horarios y buscando sus casilleros.
Y después estamos los marginados. Los que andan solos por los pasillos, ponen los libros que no necesitan en su casillero y caminan silenciosamente hacia sus clases, sentándose en la parte trasera.
Ojalá este año hubiera sido así.
El primer día de clases, comí como siempre sola debajo de un árbol. Una chica nueva, con la que me habían sentado en física, se acercó a mí y me preguntó si podía almorzar conmigo. Me encogí de hombros y asentí, ya que nunca fui de muchas palabras.
A mí lado, tenía una manzana, un libro con el protector de cuero ya algo gastado y mi libreta, donde escribo y dibujo.
El nombre de la chica era Ella. Tenía los dieciséis años cumplidos, mientras que a mí me faltaba un mes para cumplirlos, y se había transferido de un instituto privado del centro de San Francisco. Me habló de su pasión por los bailes clásicos y de su institución privada, una que tuve el placer de conocer en mis primeros años de bailarina, y con una voz baja y suave como era la mía, dije:
—Hago ballet, aunque no en una institución. Me echaron cuando era pequeña.
Me di cuenta del error que cometí ni bien decir las palabras.
—¿Por qué te echaron? ¿Agrediste a una compañera? — me preguntó. Sacudí la cabeza, y ella sonrió.
—No me gusta hablar de ello— dije, con mi voz baja y serena—. Pero puedo asegurarte que no fue porque agredí a una niña, era más bien tranquila, e iba al instituto a aprender ballet, no a hacer enemistades.
Ella sonrió.
—Eh, bien, eres de las mías— dijo, sin dejar de sonreír. Era flaca, y su porte era bien de bailarina, casi como el mío, que era más regordete por no practicar todos los días. Su cabello marrón oscuro estaba recogido en un apretado rodete, y su rostro carecía de maquillaje, algo que me gustó de ella. Eso era algo que no se veía todos los días. Tenía labios gruesos y rojizos, y unos ojos grandes y verdes. Vestía una camisa floreada y unos tejanos celestes realmente preciosos.
Después de esa corta conversación con sentido, nos desviamos a temas de la vida.

Fue en esas primeras semanas de clase, en las que me hice amiga de Ella, que me di cuenta de que ese año iba a ser totalmente distinto.

También me di cuenta de que mi vida daría un giro de tres cientos sesenta grados. De nuevo.

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