En mis
sueños, siempre había lentas partituras de piano sonando a mí alrededor, con un
tono fúnebre que me hacía caminar lentamente por el pasillo de rosas negras.
Caminaba, y caminaba, pisando una suave superficie de pétalos. Al final del
camino, había una verja oxidada y un terrorífico parque al otro lado, de
árboles grises y arbustos negros.
Luego,
siempre me despertaba.
Sin
embargo, esta vez no fue así.
Me desperté
en la mañana, con un calor excesivo a mí alrededor, destapada e incómoda. Me
sentía sucia, mi camisón húmedo sobre mi piel. Mi cama también era incómoda. La
sentía dura, como si fuera piso. No. No piso... más bien... césped.
Entonces,
con ese pensamiento, me di cuenta de que algo no iba del todo bien. Abrí los
ojos rápidamente, y observé a mí alrededor los bosques verdes que quedaban en
la parte trasera de mi casa. Y... ¿por qué yo no estaba en mi casa? Me levanté,
sintiendo todo mi cuerpo húmedo y pegajoso. Apoyé mis pies y me impulsé con mis
brazos para levantarme, mientras mi cuerpo gritaba y gritaba de dolor.
Al finalizar
mi difícil ascenso, observé hacia la parte trasera de mi casa... pero no me
encontré con la madera celeste gastada. Me encontré con fuego. Mucho de él. En
todas las direcciones a las que mirara.
El fuego
estaba comiéndose todo. Absolutamente todo.
Miré hacia
donde en algún momento estaba la calle. Caminé hacia el asfalto, y ni bien lo
pisé, mis pies ardieron.
No me
importó.
Comencé a
caminar, despacio pero lo hice.
Las llamas
solitarias se movían a mí alrededor, bailando con cada uno de mis pasos. Agarré
el borde de mi camisón, y tiré hacia abajo. El humo del invierno salía por mi
boca, y temblé al sentir en mis pies quemados algo que parecía ser aceite de
auto.
Suspiré, y
miré hacia atrás. Mi casa se encontraba ya a diez kilómetros de distancia. Hacía
un par de horas estaba allí. Mi familia también estaba ahí, y me seguía
preguntando cómo era que yo estaba viva y ellos no.
Me crucé de
brazos, mientras una oleada de viento nos sacudía a mí, a las llamas y a las
cenizas que provenían de las casas, autos y cuerpos quemados.
No sabía a
dónde ir. Mejor dicho: no tenía lugar a dónde ir.
¿Por qué
mejor no estaba muerta, como todas las personas que conocía?
Llegué a la
carretera principal, y giré hacia el hospital. Pensé que podría seguir en pie,
y si no lo estaba, bueno, podía sobrevivir hasta que amaneciera y el sol
regresara. Si es que regresaba, claro.
Volví a
temblar, mientras mi piel cubierta por ceniza se erizaba. Mi cabello, un par de
horas atrás rubio oscuro, estaba hecho un esparadrapo y estaba gris petróleo,
por lo poco que pude ver, y no combinaba con mis ojos marrones. Mis manos
estaban sucias y llenas de rasguños, y lo más probable es que el resto de mi
cuerpo también. Sentía un escozor en la cara, y debía ser por una quemadura que
sentía en mi mejilla. Sabía que me quedaría una horrible cicatriz, pero no me
preocupaba eso ahora mismo. Mis pies sangraban de tanto caminar sobre vidrios y
asfalto en llamas, y gritaban por algo de agua y descanso, dos cosas fuera de
mi alcance.
Entonces,
al pensar en descansar, mis piernas dejaron de funcionar. Me senté en lo que
antes era el cordón de la acera y me miré las plantas de los pies. Estaban
rojas, irritadas y pegajosas por la sangre, además de sucias. Encontré un trozo
de vidrio en mi arco, así que llevé mi mano hacia él y lo quité. Ignoré el
dolor, pero no pude evitar que me saltasen un par de lágrimas.
Apreté los
dientes fuerte, y volví a dejar mis demacrados pies sobre la superficie.
Miré para
todos los lados que podía llegar a ver, pero el humo, el fuego y las cenizas
llenaban todo mi campo de visión. Si habría algo que mirar, sería un milagro.
Me levanté
del cordón, al mismo tiempo en el que escuché un silbido por arriba de mi
cabeza.
Miré hacia
arriba, y observé, a través de las nubes negras, un gran misil.
Y se estaba
dirigiendo hacia mí.
Se había
acabado.
Me tiré al
suelo, llevándome ambos brazos a la cabeza. Sabía que no podría evadirlo, pero
quería saber que morí haciendo lo posible para protegerme de algo inevitable.
No podía correr por mis pies, así que esa no era una opción para mí.
La tierra comenzó
a temblar bajo mis pies cuando el misil se encontraba cerca de la superficie.
Cerré más fuerte los ojos, mientras las lágrimas se deslizaban por mis
mejillas. Nunca me imaginé como una guerra sería, pero ahora podía hacerlo.
Las guerras
eran horribles. Terminaban con todo a su paso. Y esto era tan solo el comienzo
de una. Podía imaginarme con terminaría. Millones y millones de personas
muertas. Tierras completamente arrasadas...
Sin
embargo, en medio de mi pensamiento, me doy cuenta de que el misil nunca llegaba.
Nunca. Llegaba.
Lentamente,
levanté mi cabeza. Miré a mi alrededor un domo azul y celeste, con líneas
blancas, que me rodeaba. Bajé lentamente mis brazos, mientras observaba la onda
de choque afuera del domo. Más cenizas, y más llamas. Todo era destrucción.
Pero yo
seguía viva.
Me levanté,
estirándome. Observé que mis pies no estaban más heridos, como si nunca hubiera
caminado lo que caminé. Avancé hacia la pared del domo, y levanté mi mano para
tocarla. Era fría, y sentí electricidad corriendo por mi brazo, como si fuera
uno de esos juguetes que te dan choques de electricidad.
Saqué mi
mano, dando un par de pasos hacia atrás. Era como si fuera magia. Sabía que no
lo era. Había escuchado sobre esto.
La
radiación provocaba esto. La radiación había provocado hacía cinco años la
aparición de los Replays. Ellos eran
personas como nosotros, pero que comenzaban a experimentar cambios en su
estructura molecular. Pronto, estos cambiaban de humor, todo a su alrededor
parecía destruirse por sus feromonas en colisión y sus enfermedades
desaparecían rápidamente.
Me choqué
contra la pared del domo cuando me di cuenta de lo que me estaba pasando. Miré
mis manos, careciente de heridas al igual que mis brazos, anteriormente rasguñados.
Luego,
apoyé mis manos contra el domo, observando cómo este caía abajo. Miré hacia
delante, a la destrucción, y mis pies se dirigieron hacia ella sin que yo se
los hubiese dicho. Pasé las llamas, que ahora me rodeaban y me quemaban el
cuerpo. Caminé más rápido, y comencé a trotar. El fuego comienza a hacerse más
espeso, y luego, termina.
Un grupo de
jóvenes estaba parado a unos cien metros de mí, observando la destrucción. A la
cabeza, había un joven que desde mi posición parecía tener unos dieciocho o
diecinueve años.
Caminé
hacia ellos, que me vieron cuando estaba lo suficientemente cerca.
Entonces,
como si mi cuerpo hubiese recibido la información para llegar hasta este punto
simplemente, me desplomé.
El joven
que estaba a la cabeza me agarró a medio camino. Observé sus ojos, que eran de
un celeste muy claro. Estaba rapado, pero pude ver las raíces de un cabello
rubio oscuro. Estaba vestido de negro, al mejor estilo militar.
Comencé a
convulsionar en sus brazos, y observé cómo alguien le tendía algo. Un pañuelo
húmedo. Me lo pasó por la cara, y el frío me hizo temblar.
—Tranquila—
susurró. Miró hacia atrás—. Cuarta etapa, aceptación— anunció a sus
compañeros—. Debemos llevarla a la base para que no muera.
Se giró a
mirarme de nuevo, mientras comenzaba a respirar densamente.
—¿Cómo te
llamas? — me preguntó—. Mi nombre es Cass.
Suspiré,
pero sentía que el aire entraba más fácilmente a mis pulmones ahora.
—Alanis—
susurré, roncamente por las cenizas en mis pulmones. Recién ahora me percataba
de ellas.
—Bien, Alanis— dijo, agarrando mi cabello y atándolo
en un moño. Sentí que algo me cubría el cuerpo, y supe que era una manta de
lana—. Eres una de las únicas sobrevivientes, y solo hay una razón para que
estés viva en medio de tanta muerte y destrucción.
Parpadeé, y
volví a mirarlo a los ojos.
—Bienvenida
a los Replays— me dijo, al mismo
tiempo en el que me levantaba y me colocaba en una camilla.
Muy interesante, me parece que va a ser una historia muy atrapante. La forma en que describes todo me hizo adentrarme en ese mundo destrozado que narras. Te sigo, espero seguir leyendo sobre los Replays, saludos!!
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