5 AÑOS DESPUÉS...
Los gritos nos
despiertan. ¿Por qué demonios no podemos dormir hasta las ocho de la mañana sin
que un maldito grito nos despierte?
Es lo mismo. Todas
las santas mañanas desde que he llegado aquí.
Josh saca su brazo
de encima de mí y suspira, pasándose las manos por los ojos. Si fuera por él,
dormiría hasta las doce del mediodía, pero yo simplemente no puedo dormir
pensando que debajo nuestro hay alguien sufriendo tanto. Y los gritos son
testigos de que no hay nada bueno allá abajo.
—¿Sabes? Podría
quedarme aquí para siempre— me dice Josh, incorporándose en la cama. Su abdomen
se frunce y se marca más de lo marcado que está.
—No me
malinterpretes— le respondo, mientras me estiro, dejando que él vea más de lo
debido, para mí gusto—. Solo me quedo aquí porque en mi apartamento los gritos
son mucho más fuertes.
Él me mira y se
ríe, un poco demasiado exagerado.
—Para beneficio de
ambos— dice. Le pego en la espalda. Odio esos comentarios de él. Hacen que lo
vea como un... gilipollas.
—Eres un idiota— le
digo. Si sería una híbrida con poderes de fuego, mis manos estarían quemando
las sábanas de mi ex-vecino, mientras él me dirige una de esas sonrisas que
hacen derretir a cualquier chica. A cualquiera menos a mí.
Rememoro el
crecimiento de Josh a través de los años, ya que, desde hace cinco años, casi
seis, que él y yo estamos en la Ciudad de Tres Pisos.
Mia fue separada de
nosotros cuando entramos a la ciudad, ya que la trasladaron al área del hospital
debido a sus poderes. Sin embargo, tanto a Josh como a mí nos anotaron en el
área de tierra. Aunque todos saben que, durante nuestra más tierna infancia,
Josh y yo somos el agua y el aceite.
Primero, Josh me
molestaba cuando yo era niña, tirando bombas de agua por la ventana de sus
padres hacia la mía. Eso fue hasta que yo cumplí trece y cerré mi ventana por
el resto de mi vida en mi viejo hogar.
Segundo, somos todo
lo contrario, literalmente, hasta en el aspecto físico.
Tercero, él puede
camuflarse con el ambiente gracias a su poder híbrido. Mientras que yo...
bueno, ni los líderes híbridos tienen idea de qué papel debo llevar a cabo. Combatiente, es porque yo puedo leer,
hablar y entrar a las mentes de otros. Hipnotizante
es que puedo influir sobre las personas a que hagan algo que tal vez quieran o
no. Y el Angelical... bueno, que
después de que cumpla treinta, puedo entrar para candidata para ser la Balanza, aunque esa idea nunca me
entusiasmó demasiado, ya que la Balanza
es uno de los puestos más importantes en el gobierno. Su trabajo es mantener el
equilibrio entre los humanos y los híbridos, pero no me gusta la idea de ser la
intermediaria entre dos sociedades que se odian.
Yo me acuerdo que,
en su momento, odiaba con toda mi alma a los Híbridos. Y bueno, así estoy,
siendo una y viviendo con ellos.
—Déjame vestirme,
por favor— le digo a Josh, mientras me siento a un lado de la cama y me paso
las manos por los ojos.
Todavía sigo sin
entender cómo es que, después de cinco años, no he besado a Josh. Ni siquiera
estoy enamorada de él, a pesar de que durante los últimos cuatro años estuve
durmiendo en su cama, junto a él, bajo la protección de su cuerpo.
Él asiente y se
levanta para ir a ver la ventana, que tiene una hermosa vista del centro de la
ciudad, y mientras tanto, los gritos cesan.
Los gritos
provienen del subsuelo. Cada mañana, en el hospital entran híbridos que no
logran soportar su poder, en su mayoría, los nuevos. De nuestra generación solo
cuatro entraron al hospital, agonizando porque su cuerpo humano no aceptó a las
partículas prohibidas. Dos de ellos, murieron, mientras que los otros debieron
someterse a una terapia Híbrida, la cual desconozco y no quiero conocer. Mia
debe tratar a la mayoría de los que tiene problemas con sus poderes, aunque
muchos mueren en el proceso de curación.
Entro en el pequeño
baño, despejándome con cada paso que doy, y me ducho rápidamente. Es lo mismo
todas las mañanas, y ya se ha convertido en una rutina.
Despertarme,
ducharme, vestirme e irme.
Si con Josh diríamos
que estamos saliendo, nos podrían cambiar de apartamento a uno de convivencia,
para parejas, pero a mí no me apetece mentir diciendo que él es mi pareja.
Asco.
Salgo de la ducha
tibia y me paro sobre la secadora. Pongo mi talón en el botón que se encuentra
debajo de mí y lo aprieto para que el aire salga hacia arriba. Segundos
después, ya estoy seca y me pongo la ropa interior, seguida por el vestido rojo
que agarré de mi armario antes de dirigirme hacia aquí.
Salgo del baño y el
trasero de Josh está sobre las sábanas de nuevo, me río y voy a buscar un vaso
de agua al baño. Tomo un par de tragos y el resto lo deposito sobre la cabeza
de mi compañero.
Salta y escupe el
agua que entró a su boca.
—¿Por qué eso? — me
grita, mientras sacude su cabeza empapada.
—Me dio la hermosa
tentación de sacarte de tus sueños— le digo, con una sonrisa burlona.
—Los sueños en los
que sueño contigo des... — agarro una almohada y le pego con ella en la cabeza.
No puede ser tan ordinario.
—Si llegas a
terminar esa oración, te juro que es tu último minuto en el que hablas.
—No puedes hacer
nada, Kya, no más que entrar en la mente de otros— dice. Cuando se agarra la
cabeza, levanta la mirada—. Bien, tú ganas, si te sirve de algo.
Le sonrió, mientras
regreso mi mente a su lugar después de meterme en la de Josh. Esta era un
huracán de sentimientos que no logro interpretar.
—Bien, ahora te
irás a duchar— le dije, en tono maternal que era el que servía la mayoría de
las veces para hipnotizar a mis víctimas.
Josh sacude la
cabeza, y se dirige a la puerta de su apartamento.
—Por cierto— dice
Josh, mientras me abre la puerta de su apartamento—, si quieres puedes fijarte
que no era broma lo del sueño.
Lo miro con una
mirada de odio, como de costumbre.
—No, gracias—
cierro la puerta yo misma antes de que pueda decirme alguna otra estupidez,
porque, después de todo, pareciera que ese es su mejor trabajo.
En el camino hacia
mi habitación en la primera planta, me cruzo con Evan. Evan es el director de
los Híbridos que viven entre las plantas una y ocho del edificio N, que es la
residencia de los solteros.
Y, por suerte,
quiere casarse con una Viajera.
Yocasta, mi vecina, es una Viajera.
Ellos pueden viajar en el tiempo, teletransportarse, cambiar las horas o cosas
así, pero envidian a los poderes que sirven para comunicarse con las mentes de
otros. Como mí poder. Yocasta ya lo superó hace tiempo, y se la pasa genial
yendo detrás de Evan tratando de llamar su atención, aunque él no le devuelva
toda esa atención.
Evan me saluda con
la mano y yo asiento hacia él, mientras se pierde por la esquina del pasillo.
Apoyo mi mano en el lector de huellas digitales y se abre mi puerta.
A todos los
híbridos solteros se les asigna una habitación de los edificios de la “K” a la “O”; a las parejas se les asigna de la “A” a la “J”;
a las familias de la “P” a la “Z”, si es que no se les asigna una casa en los
suburbios.
Mi apartamento
tiene dos habitaciones. Mi sala de estar siempre fue roja, con una pantalla
plana frente a los sillones, y en el otro extremo está la mesa, al lado de la
puerta que lleva a la pequeña cocina. La habitación principal es verde oliva y
blanca, conectada con el gran baño. Entro a mi sala de estar y me tiro sobre el
sofá.
Agarro el celular
que dejé cargar toda la noche y me fijo los mensajes. Dos externos.
No puede ser otra
persona que mi madre, porque es la única persona que tiene autorización para
llamarme.
Ella y yo solo
hemos tenido contacto por llamadas, una vez al día. Mi hermano me vino a
visitar una vez al año, con video-visitas de mi madre, aunque el año pasado
Lance debió pasar el escáner y no pudo venir a visitarme más. Los extraño. Me
imagino su dolor tan grande como el que sentimos los tres cuando mi padre murió
cuando yo tenía diez.
Marco el número de
mi madre y espero a que conteste, aunque me salta al buzón de llamadas. Claro,
en mi vieja casa todavía es de madrugada.
Bien, será para
otra hora.
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