La
mujer se sentó frente al tocador, y se puso un perfume de jazmín en el cuello,
un par de polvos en los pómulos y maquillaje en sus labios y ojos.
En
el marco del espejo, se encontraban imágenes de la familia que había dejado
atrás: su hijo Liam, que tenía ocho años, y su pequeña hija Brooke, de seis.
Esperaba que su ex-marido los estuviera cuidando bien, porque no podría
regresar para ver cómo era que estaban.
Ahora
esa era su vida.
—Hazlo
bien, Brookey— le dijo a la fotografía con el rostro sonriente de su hija, y se
levantó para salir de la habitación del hotel.
Que lindo, ¡Síguela!
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