Erase una
vez una muchacha, que se sentaba todas las tardes bajo un roble cerca de las
murallas del reino con un gastado libro que los miembros de la iglesia le
prestaban. Siempre llevaba una manzana, y a veces, perseguía a los pájaros y
ardillas que se movían por esa zona.
Su madre
había muerto al nacer ella y su padre era un miembro de la corte. Ella se la
pasaba bien, porque además de ser privilegiada, no debía trabajar en ninguna
hacienda...
¿Quieren
saber la verdad? Daría todo por ser esa muchacha. Sí, ya sé, muchos van a decir
“pero sí eres tú”. Sí, soy yo. Pero, vamos, ojalá esa chica fuera yo en la vida
real.
La
chica sobre la que siempre escribo no tiene problemas. Vive en una vida de
soledad pura y lo disfruta. En cambio, yo vivo una vida de soledad y
humillación.
Siempre
he sido tratada como una paria, sobre todo cuando mi madre nos abandonó a mi
padre, a mí hermano y a mí, cuando yo no superaba los seis años. A esa edad,
todo se fue al infierno. Primero mis clases de baile, luego las clases de
beisbol de mi hermano, y para mejorar las cosas, el trabajo de mi padre. Al
menos él encontró uno nuevo, pero desde que tuve que dejar mis clases de
ballet, no puedo hacer otra cosa que practicar en mi mini estudio y escribir
cuentos de hadas. De los que una niña siempre quiere tener.
Pues,
bien, comencemos. Ya no soy una niña. Tengo mis quince años cumplidos. No soy
perfecta, y estoy llena de problemas.
Así
que, si se puede decir, mi vida no es un cuento de hadas. Más bien es un cuento
de terror.
Mi
nombre es Brooke, y puedo decir con sinceridad que los cuentos de hadas
existen, aunque no en mi caso. Y puedo decirlo porque yo hago que cobren vida.
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