Había
olvidado lo que era sentir el agua corriendo sobre mi piel y la sensación de un
jabón limpiando la suciedad.
El agua era
fría, pero no podía quejarme. Cass me había advertido antes de entrar a la
ducha que no había agua caliente, ya que esta agua provenía directamente de un
río a las afueras de la ciudad y otra parte de lo que algunas personas con
poderes de crear líquido.
Me quedé
unos minutos más de los que tendría que haberme quedado, pero ducharme me hacía
sentir de nuevo en mi casa. Me hacía sentir que estaba en un hotel de
vacaciones, y no que el mundo que yo conocía ya no existía.
Al salir,
un frío me abrazó y apreté la toalla usada alrededor de mi cuerpo, mientras
sentía un cosquilleo en el cuello por la carga de las miradas. Caminé hacia la
entrada de las duchas, y encontré a Cass sentado en el corredor con
cambiadores. Tenía una muda de ropa en el regazo, como me había dicho.
Me la
extendió, y pateó un par de zapatillas.
—Te espero
afuera— me dijo, y yo me metí en un cambiador.
La ropa
interior era un conjunto nuevo, pero no le di mucha atención, además de saber
que era azul con puntitos blancos. La camiseta era de color azul claro, y
estaba usando unos vaqueros raídos viejos que me quedaban un poco grandes, pero
no tanto. Debían ser de algún hombre. Las zapatillas eran unas converse negras
rotas de mi talla.
Por primera
vez en tres días me sentí completamente normal.
Mi cabello
mojado comenzó a mojar mi nueva camiseta, y cuando salí del vestidor sentía la
gran humedad en mi espalda, pero no le hice caso. En la entrada estaba Cass,
como ya me había dicho.
—¿Disfrutando
de la nueva ropa? — me preguntó. Le sonreí y él me devolvió la sonrisa con su
expresión dura. Creo que eso era todo lo que recibiría de él, y me alcanzaba.
—Supongo
que sí— me estiré un poco la camiseta—. Más bien disfruté de la ducha— dije.
—Todos
dicen lo mismo— dijo—. Sin embargo, extraño el agua caliente, pero soy de los
que más reconoce que esto será todo lo que podremos tener hasta que el mundo
esté en orden.
Lo miré,
mientras en mi cabeza decía que el mundo nunca volvería a estar en orden. Miles
de vidas se habían perdido. No, no miles. Millones, y no había nadie para
documentarlas además de nosotros, pero muchos cuerpos habían desaparecido.
Suspiré.
—¿Qué vamos
a hacer ahora? — le pregunté, siguiéndolo a través de los pasillos con paredes
de tierra. Cass fue a la sala común y los mismos chicos que el otro día jugaban
con los dardos hoy están jugando con un mazo de cartas. Los tres adolescentes
lucían engreídos y sentí energía negativa a su alrededor.
—Alanis,
ellos son Theo— me dijo Cass, señalando al mayor—, Gary— al menor—, y Wendy— a
la chica—. Son los que más se acerca a tu edad, además de Allison que todavía
se está recuperando.
Lo miré a
los ojos. Parpadeé.
—Quiero
verla— dije, y sentí que un tono amenazante teñía mi voz. Una voz desconocida
para mí, pero que sabía que era mía porque rebotó en mi mente.
Cass me
miró, dándose cuenta de que no aceptaría un no por respuesta. Suspiró, y se
acarició la cabeza rapada en busca de cabello. Cuando tiró para arriba el aire,
se dio cuenta de que su cabello no era largo. ¿Desde hacía cuánto tiempo que su
cabeza estaba así?
—De acuerdo—
me agarró la mano, y sentí que algo encajaba en mi mente. Su mano cálida sobre
la mía liberó un nudo que no sabía que tenía en mi estómago.
Cass me
sacó de ahí, y sentí las miradas de Theo, Gary y Wendy enviándome cuchillos.
Suspiré, sabiendo que ellos serían una gran carga para mí de ahora en adelante
durante mi estadía en ese lugar.
Me pregunté
si había lugares en el mundo que estuvieran en orden. Se lo pregunté a Cass.
—Sí—
contestó, llevándome por las escaleras que llevaban al hospital—.
Latinoamérica, África y Oceanía se han mantenido afuera— dijo—. Norteamérica,
Europa y Asia están jodidos. Incluso México. Se vio afectado por las bombas de
Japón cuando las tiraron sobre Texas. Centroamérica se vio afectado por un
tsunami. Los resultados no fueron muy satisfactorios.
Me sentí
mal por todas las vidas que se perdieron.
—Cuando
salga de aquí iré a Latinoamérica— dije.
—¿Ah, sí? —
me preguntó Cass, divertido—. ¿A qué país?
Me lo pensé
un segundo.
—Brasil—
dije—. Oh, no. Argentina. Me gusta la comida de Argentina.
Cass se
rió.
—Mis padres
y yo viajamos a Argentina cuando yo era pequeño— dijo, parando frente a una
cortina pero sin entrar—. Mi madre tuvo una reunión internacional de médicos, y
nos llevó a mi padre y a mí.
Lo miré,
asombrada.
—¿Cómo es? —
le pregunté.
Se rió de
nuevo.
—No lo sé—
dijo, acariciando su nuca—. No lo recuerdo. Tenía cinco años.
Sonreí.
—¿Está aquí
Allison? — le pregunté, mirando hacia la cortina detrás de él.
—Sí— la
abrió por mí—. Llamaré a Trent para que controle en caso de que sus poderes se
descontrolen de nuevo.
Miré hacia
la adolescente sentada mirando a la pared.
—No hará
falta, pero gracias— me despedí de Cass y entré. La cortina se deslizó detrás
de mí, y Allison levantó la mirada.
Sus ojos
marrones ahora tenían motitas rojas, y su cabello rubio estaba corto, y algunas
partes seguían chamuscadas. Debió de descontrolarse de nuevo.
—Te haré
daño— su voz sonó débil. Volvió a bajar la mirada a sus manos—. Te haré daño—
repitió.
Me senté
frente a ella y le dije: —No me harás daño, Allison— le agarré una mano y se la
acaricié.
—Pero se lo
he hecho a todos los que conozco— sus ojos brillaron—. Se lo hice a mi hermano,
a mi mejor amigo, a mis padres— hipó con un sollozo—. Soy un peligro para
todos.
Apreté su
mano.
—Le habrás
hecho daño a ellos, pero no a mí, ni a nadie más— la abracé—. Estás aquí para
hacer algo bueno, Allison. Hazlo. Hagámoslo.
Hola!!! Te he nominado a un premio :) http://beyondliteraturee.blogspot.com/2014/12/nominada-al-premio-best-blogger.html#more
ResponderEliminarBesos x