25.9.13

Deseos Pasados. Capítulo 2.

El incómodo silencio que viene después de mi risa me hace sentir... extraña. Todo el ambiente se convirtió en algo raro y lleno de energía. Como si una barrera se haya levantado entre el idiota y yo.
Yo, Julianne Cousteen, soy la persona menos indicada con quién hablar de amor. Nunca he tenido una pareja, ni mucho menos una estable. Mi mejor amiga es la única desde siempre. En mi casa, no hay una muestra de afecto presente: mi madre trabaja todo el día, y mi padre, además de abandonarnos, está muerto.
Pienso en mi primo... con quién debería estar ahora si no fuera por este idiota...
¡Mi primo!
Matthew, mi primo, es mucho mayor que yo. Me lleva ocho años. Está casado con mi ex-niñera, Kristen. Kristen y él fueron los únicos que me mostraron como podía ser el amor. Y su hija France, es quién puede demostrarlo.
Martin mira hacia abajo. Y luego, comienza a correr hacia un camino de árboles.
Trato de encontrar mis llaves dentro del auto, para así irme de aquí.
Pero sé, al no encontrarlas dentro del coche, a qué juego está jugando Martin.
Corro detrás de él, a través de los árboles y la maleza, hasta que salimos a un claro abierto. El sol de la tarde nos ilumina y una suave brisa sopla, revolviéndome el cabello.
Frente a nosotros, un auto oxidado de hace aproximadamente veinte años está clavado por la parte trasera a un árbol. Debió de haber chocado hace una década, más o menos.
Martin se sienta en la parte delantera, medio abierta, y me uno a él, dejando flotar los pies.
Me interesa lo que este idiota tiene que decirme. Desde niña, he aprendido a leer sus ojos, y ahora leo que hay de todo, menos mentira. ¿Acaso él iba a romper con su preciada zorra?
—¿Por qué quieres terminar con tu noviecita? — le pregunto, burlándome de él. Le doy un golpe en las cotillas, y extrañamente, ambos nos reímos.
—Simplemente... simplemente estoy harto de ella— me dice, encogiéndose de hombros—. Harto de todas sus exigencias, sus pedidos. Odio el equipo de futbol. Yo solo quería hacer natación. Pero ella me arrastró a eso. Dijo que no quedaría bien que ella fuera la novia del capitán de natación y no del de fútbol.
Me mira, sus ojos llenos de diversión.
—Ahora, dime pequeña Cousteen— me dice, y me patea el pie—. ¿Cómo es que eres una de las chicas más pedidas del instituto y nadie pide salir contigo?
Lo pienso un segundo, mirando hacia delante.
—Uno, odio a todos y cada uno de los estudiantes, exceptuando a Gemma. Dos, nunca me piden salir con ellos, y si lo hacen, los mando al infierno— hago una pausa, pensando en que nunca nadie me pidió salir, exceptuando a ese chico de segundo año. Pobre idiota. Terminó siendo humillado frente a sus compañeros—. ¿Cómo es que sabes que soy una de las más pedidas?
Él me sonríe, bastante pícaro. Se rasca el cuello inocentemente. Creo que querré golpearlo después de que me diga lo que tiene que decirme.
—Sé cosas que no todos saben— dice, suavemente—. Pero, dios mío, cualquiera diría que eres una de las más pedidas con ese trasero.
Con eso último, se ha pasado.
Le pego con mi puño en la cara. Siento su mandíbula crujir, pero no me importa. Mi cuerpo se llena de satisfacción y adrenalina. Me levanto, dejando de lado el hecho de que él tiene mis cosas.
—¡Eres un idiota!— le grito con toda la voz que tengo—. ¡Sabía que lo eras!
Me mira, con sus ojos brillosos. Hay burla en ellos. ¡Se está burlando de mí!
—¿Es por eso que ya no somos amigos? — me pregunta, ahora sus ojos se oscurecen. Me estoy alejando para marcharme, pero él me agarra del codo y me obliga a acercarme un poco.
—No somos amigos porque Arianna arruinó nuestra amistad— le respondo, tratándome de zafar de su agarre. Lo hago, y estoy caminando de regreso a mi auto, cuando escucho sus últimas palabras.
—Y esa es la razón por la que quiero terminar con ella— le dice al aire, y yo hago de cuenta de que no escuché nada.

Después de un largo rato sin compartir una sola palabra, Martin decide devolverme las llaves del coche. Lo empujo y cae sobre el tronco de un viejo árbol. No me importa que su mano haya tocado un par de ramas salidas y puntiagudas y que su mano esté sangrando un poco mucho. Ese es el menor de mis problemas ahora.
Salgo corriendo hacia el lugar por el que vinimos hace un largo rato. Mis zapatillas golpean la hierba debajo de mí, haciendo ruido cuando pateo alguna que otra piedra.
Corro hacia mi auto y salto dentro. Segundos después, estoy dando marcha atrás y salgo a la carretera de tierra por la que me trajo Martin.
Aprieto a fondo el acelerador, cosa de que Martin no tenga tiempo para alcanzarme. Ver a Martin ahora es lo que menos quiero.
Diez minutos después, me encuentro en el centro del pueblo.
Mi casa, una cabaña enorme, queda en los suburbios de Fort Nelson. Aparco en el garaje de mi casa. Mi madre no llegará de su empleo hasta pasadas las nueve, así que el interior del garaje brilla por la ausencia del otro coche.
Saco las llaves de mi bolso y tardo en lograr meterlas en el picaporte. Todo comienza a moverse frente a mí, como si estuviera en un salón de espejos. Comienzo a temblar, y mi cabeza comienza a doler.
¿Qué me está pasando?
La puerta se abre delante de mí y comienzo a ver todo borroso. Las llaves y el bolso se deslizan por mi brazo, como si ahora mi cuerpo fuera de mantequilla.
Y caigo al suelo, sumergida en una gran luz blanca.

Siento algo frío.
Siento algo raro.
Mis huesos duelen hasta el fondo de mí ser.
Estoy en una agonía casi perfecta, que podría matarme si fuera un toque más dolorosa. Pero, sinceramente, duele tanto que quisiera estar muerta.
Abro los ojos.
El pasillo principal de mi casa está sobre mí. La habitación está iluminada de un extraño blanco cegador y pálido.
Me levanto lentamente, mirando para todos lados, sin saber de dónde demonios viene la luz.
La puerta que lleva a la sala está frente a mí, las escaleras a mi izquierda. Mi cerebro comienza a orientarse en la habitación. Detrás de mí está la pequeña mesa en la que hay fotos mías y de mi madre y un espejo con marco plateado.
Me doy la vuelta al sentir el frío sobre mí.
Y grito.
En el espejo está reflejada una chica. No soy yo. Ella brilla. Tiene ojos blancos, piel pálida, su cabello es blanco, como la nieve. Mi ropa ya no es mi ropa, es en tonos de celeste gélido.
Me toco el rostro. Soy y no soy yo. Soy yo en el cuerpo de otra persona. Sí, es eso. Esa chica no puedo ser yo. ¡Soy un fenómeno!
El crepúsculo cae afuera, por la puerta entra el viento de la tarde de otoño. Me estremezco ante el frío. Todavía faltan semanas para el invierno, pero es patente la presencia de la nieve que pronto puede caer.
Escucho pasos en la puerta abierta.
Giro mi cabeza, y me fijo la medida de la situación.
Yo me encuentro brillando.
Martin se encuentra admirándome, de arriba abajo, como si fuera una modelo desnuda en una revista playboy.
—Eres hermosa— recita las palabras lentamente, ni bien da un paso adentro de mi casa.

Le miro conmocionada y desconcertada, y no sé si es por lo que me está pasando o por lo que él acaba de decir... Oh, Dios, ¿Él no acaba de decir esa palabra, verdad?

24.9.13

Deseos Pasados. Capítulo 1.

Primera Parte




—¿Julianne? — levanto la mirada del libro que estoy leyendo. Los ojos de mi mejor amiga están sobre mí, agujereándome los pensamientos. Cada vez que me mira así, pienso que ella puede ver en mi interior—. ¿Has escuchado al menos dos palabras de lo que te he dicho?
Sacudo la cabeza, en forma de negación. Sonrío y bajo la mirada hacia el libro nuevamente.
—Me encanta la atención que le pones a los demás— comenta, enojada, mientras se cruza de brazos y fija su mirada al otro lado del gimnasio, a un punto vacío.
—Y a mí me encanta cuando cierras la boca— respondo a la defensiva, sin quitar los ojos de las palabras que estoy leyendo. A veces, mi mejor amiga, Gemma, puede llegar a ser un dolor de cabeza, además de que nunca cierra su maldita boca.
Pero, aún así, Gemma Johnson es mi mejor amiga, desde que tenemos cuatro años, que es casi toda nuestra vida. Y así es como terminaremos, dentro de unos veinte años, viviendo juntas, solteras, con millones de gatos, en algún piso de alquiler en el centro del pueblo.
A diferencia de mí, mi mejor amiga tiene cabello marrón oscuro, unos grandes ojos rasgados grises, y tez oscura. Es un tanto más rellena que yo, pero siempre fue la que tuvo mejor cuerpo de las dos, debido a las curvas de sus caderas.
En cambio, yo tengo cabello rubio, ojos azules, piel pálida, pero sonrosada en las mejillas llenas de pecas. Mis labios son rosados y finos. Pero, aunque Gemma se la pasa diciéndome lo linda que soy, nunca he tenido un maldito novio, pero quizá porque nunca he querido uno.
El instituto está lleno de idiotas alargados que buscan pareja. Curso el último año de bachillerato, y tengo bien claro que para fin de año debo encontrar al menos un novio temporal, porque no quiero terminar como tantas fracasadas, que tienen flema y deben usar frenos y lentes.
Sin embargo, como dije antes, no quiero salir con nadie. ¿Quién querría salir con la que llaman “rara”, que anda en patineta en sus ratos libres, escucha rap y rock pesado, estudia cuando puede y saca las mejores notas? Soy rara, lo admito, y me gusta serlo. No voy a cambiar para salir con un chico.
Y no veo una vida futura. Me imagino en un hospital, agonizando luego de caerme de tres kilómetros de altura, después de cumplir mí sueño: saltar en paracaídas de un avión. Está bien, nunca cumpliré ese sueño.
Mi madre, una abogada muy reconocida en nuestro pueblo, me prohíbe todo tipo de cosas riesgosas. Eso lo hace desde que, cuando yo tenía diez años, mi padre murió en una carrera de autos. Igualmente, la muerte de mi padre no me afectó, ya que él nos había abandonado a mi madre y a mí cuando yo aún era una niña pequeña, quizá cuando rondaba los dos años de edad. Desde ahí, yo me niego a usar el apellido de mi padre.
Ahora mismo, Gemma y yo estamos sentadas en el gimnasio del instituto, viendo como el hermano menor de mi amiga termina con su entrenamiento. Las animadoras, que practican luego del equipo infantil, se comienzan a acumular en un extremo del gimnasio, hablando de lo que harán mañana viernes por la noche, o de otras cosas que no me importan. Me dan asco.
Mientras tanto, la líder de animadoras, Arianna Dugan, se está besando con su “perfecto”, pero no dejemos la parte de “idiota”, novio, Martin Dean.
Martin y yo hemos ido a la escuela juntos desde el jardín de niños, y nuestras madres eran amigas. Hasta hace unos diez años, éramos mejores amigos, junto con Gemma.
Claro que, eso de “mejores amigos” fue antes de que apareciera en nuestras vidas Arianna. La muy zorra tiene cabello negro azabache y ojos grises, tan grises que podría llegar a parecer ciega. Pero la vista le anda mejor que a un gato en la oscuridad. Y, de alguna milagrosa forma, la atención está en Arianna, y en las cirugías en sus pechos y trasero. Me da asco, ella es un asco.
Y, para mejorar las cosas, siempre sabe cuando alguien toca a su parejita perfecta.
El entrenador de Zack, el hermano de Gemma, toca el silbato una vez. Los niños fatigados se colocan alrededor del profesor mientras este les da un par de indicaciones y los despide.
Atrás de las gradas, Martin sonríe en los labios de Arianna...
¿Por qué demonios estoy viendo esa mierda? Hago una mueca de asco, mientras giro la mirada hacia otro punto del gimnasio.
Arianna es de las de bragas y sostén de encaje.
Yo uso ropa interior deportiva la mayor parte del tiempo, porque, Dios, es lo más cómodo que hay.
Ella se la pasa usando tacones demasiado altos.
Yo me arreglo con mis hermosas zapatillas deportivas, las cuales poseo desde hace ya dos años y espero que vivan un par de años más.
Ella usa vestidos más cortos de lo normal.
Yo siquiera tengo vestidos en mi armario, y si los tengo, me llegan hasta unos centímetros más arriba de las rodillas.
Somos dos polos opuestos, pero creo que ya estoy acostumbrada a aquello. Me agrada no parecerme a Arianna en nada.
Sacudo mi cabeza. No puedo creer que esté pensando en eso. Siempre odié a Arianna.
Martin se separa de Arianna. Su cabello canela brilla bajo la luz del sol que entra al gimnasio, y sus ojos verdes están brillosos, más de lo normal, de tal forma que puedo verlos desde mi posición. Su abdomen está marcado, ya que es el capitán del equipo de natación y el de futbol. Se despide de Arianna, mientras saca su celular y comienza a teclear las teclas táctiles de la pantalla.
Mi celular vibra en el bolsillo de mis vaqueros, tan pronto como él guarda el suyo en su bolsillo trasero.
Saco el celular y leo el mensaje, mientras Gemma baja las gradas para recoger a Zack.
  “Hermosa vista, ¿verdad?”
Martin.
  “Eres un idiota, ¿Lo sabes?” Tecleo yo rápidamente. Veo como saca el celular de su bolsillo, mira el mensaje y teclea una respuesta. Lo guarda de nuevo y vibra el mío.
  “No eres la primera ni la última que me lo dice.”
Lo veo sonreír.
Sacudo mi cabeza y desvío la mirada. Gemma me hace señas para que baje las gradas y me una a ella.
—Eres un tonto, Zack, ¿Cómo puedes olvidarte tu bolso en casa?
Mi amiga va regañando a su hermano mientras cruzamos el aparcamiento hacia mi auto, un Audi, casi nuevo, dejando de lado la abolladura que mi madre le hizo el año pasado. Me subo a él y pongo las llaves en el contacto, mientras espero a que suban.
Zack baja la cabeza, y se encoje de hombros a modo de respuesta hacia su hermana.
—¿Irán andando?— les pregunto cuándo comienzo a notar que tardan bastante en subir al coche. Me bajo y avanzo hacia ellos—. Iré a visitar a mi primo hoy, y necesito estar antes de las seis.
Ahora Gemma me mira, centrando su atención en mí. Pareciera que recién se da cuenta de que me ha dejado colgada.
—Lo siento, Julianne, puedes irte, debemos ir andando hacia casa— me dice, agarrando a su hermano del hombro y llevándolo a regañadientes por la acera.
Sacudo mi mano en señal de saludo, cuando comienzan a alejarse por la calle.
—Adiós también a ustedes— les grito, un poco cabreada.
Gemma levanta una mano, diciéndome que me calle. Está demasiado enojada con su hermano, por lo que puedo notar.
Cuando estoy por subirme al auto, algo me lo impide.
—Hola, Julianne, me preguntaba si podría conducir— me dice Martin, sentado en el asiento del conductor y mis llaves colocadas ya para hacer andar el auto.
—¡Idiota! ¡Baja de mi coche!— le grito, mis zapatillas golpeando en el asfalto del aparcamiento. Aunque me siento culpable al haberme sentado en el coche, haber puesto las llaves y luego bajarme y dejar todo abierto.
El muy maldito se ríe en mi cara. Pone en marcha el acelerador.
—O te subes o te dejo aquí— me dice, riéndose de su propia broma estúpida.
Derrotada y golpeando el piso debajo de mí, me subo en el asiento del acompañante.
Martin me sonríe, arreglando el espejo retrovisor y bajando sus lentes de sol. Su cabello bronceado vuela cuando arranca a toda velocidad mi auto.
—Libérate, Cousteen— me dice riendo, cuando me ve sosteniéndome de la puerta. Mi cabello vuela a toda velocidad detrás de mí. Esta no es una velocidad que acostumbro. ¿Cómo puede manejar y doblar curvas sin estrellarse con nada?
—Lo haré cuando dejes el volante de mi auto— le digo. Martin suelta el volante, llevando sus manos a su nuca—. ¡Mejor pon tus manos en el volante y cuida no matarnos a ambos!
Se ríe, y devuelve sus manos al volante.
Media hora después, para en una saliente de roca, con las hojas del otoño debajo de nosotros. Piso las hojas al bajar del coche, y estas crujen debajo de mis zapatillas.
Martin se sienta en el capó del auto y se cruza de brazos. Sus ojos brillan como antes en el gimnasio, mientras se besaba con la zorra de Arianna.
—Quiero terminar con Arianna. — me suelta, sin vacilar, como si ya tuviera preparada esa oración hace rato.
Me río.

¿Por qué me lo dice a mí? Yo soy la menos indicada para hablarle temas de amor, porque soy un asco en eso. Un desastre. Un verdadero desastre en todo lo que tenga que ver con el maldito romance.


23.9.13

Deseos Pasados. Prólogo.

Fort Nelson, Canadá. 

La pequeña casa que poseía la hija más joven de Nicholas Cousteen se encontraba a los suburbios de Fort Nelson, en Canadá. La casa era más bien acogedora, y para Madelaine y su pequeña niña, que era apenas un bebé, alcanzaba y sobraba.
Madelaine estaba sentada en el sillón de su sala de estar, mirando caer los copos de nieve por la ventana y con el árbol de navidad alumbrándole el rostro. Su hija, Julianne, que no tenía más de dos años, estaba sobre su regazo.
La pequeña estaba jugando con una muñeca. Kristen, decía un collar tejido en el cuello de la muñeca.
Madelaine no sabía quién podría ser Kristen. Richard estaba haciendo todo lo que podía por su hija indeseada tanto para él como para Madelaine.
Ella nunca había querido hijos. No sabía lo que hacía cuando quedó embarazada de Julianne. Tenía solo veintidós años.
Cuando le dijeron que estaba esperando a Julianne, Madelaine se asustó. Hasta que dio a luz y vio los grandes ojos azules y una pelusa amarilla en la cabeza de la niña. Era una verdadera ternura. Y sabía que era de ella.
Richard hizo todo lo posible para mantenerlas. Le daba juguetes y dinero a Madelaine. Pero él estaba casado y tenía dos hijos.
Johan  y la otra niña...
Johan era el mayor. Tenía doce años, y la niña tenía diez. Ella era más hermosa que él. Madelaine recordó el pelo anaranjado y los ojos verdes de la niña. Sus ojos eran como los de su padre. Johan tenía pelo rubio ceniza como su madre y ojos avellana propios.
Madelaine salió de sus pensamientos cuando escuchó a alguien llamando a la puerta de entrada energéticamente.
Se levantó despacio y dejó a su hija dentro de la cuna, mientras la pequeña comenzaba a cabecear para rendirse al sueño.
La mujer caminó con paso lento hacia la puerta y acercó su mano al pestillo, vacilante. ¿Quién podría estar tocando la puerta de su casa a aquella hora de la noche y en vísperas de Navidad?
Abrió la puerta, y un policía estaba parado en el umbral de la puerta, con una expresión seria en su rostro, su cuerpo estaba tenso, al igual que su cara.
—¿Madelaine Cousteen?— preguntó el policía. Su voz era grave y estaba cargada de tensión.
—Esa soy yo— respondió ella. ¿Qué hice? Fue lo primero que se le pasó por la cabeza.
—Necesitamos su presencia en la comisaría— informó el policial, tensando todo lo que quedaba de su cuerpo.
—¿Ocurrió algo?— preguntó ella, atónita, mirando hacia la sala dónde estaba su hija, que se había rendido al sueño y yacía abrazada de un perro de peluche.
—Richard Mosley Serviss— llamó el policía, y el rostro de Madelaine se iluminó por un segundo y...—. Fue encontrado agonizando esta mañana en el parque. Hace unas horas pidió su presencia. Ha muerto hace menos de una hora. Su cuerpo se encuentra ya en la morgue.
Madelaine se desplomó al escuchar eso.


 Diez años después. Yorkshire, Inglaterra

Stefanie Royalle estaba sentada en las escalinatas de su mansión en Yorkshire, esperando a que él llegara. Lo había llamado un rato antes, después de haber ido a su casa y no haberlo encontrado.
Mientras veía como Marcus se acercaba a ella, desvió la mirada un segundo. ¿Cómo iba a decirle lo que tenía que decirle? Se amaban, lo iba a entender, ¿Pero si no? Ella no sabía cómo salir adelante sin él a su lado y ayudándola. Pero ella reconocía que tenía una maldita costumbre de pensar las cosas negativas.
Sin embargo, Marcus Night no tenía una vida fácil, al igual que ella.
Stefanie tenía un hermano menor, Stephen, y habían perdido a su madre cuando ella tenía once. Su padre se volvió a casar cuando tenía dieciséis y Stephen se enamoró de Stella, la hija de la pareja de su padre. Eso fue como la perdición de toda la familia, pero Stefanie pudo salvar lo poco que quedaba antes de que algo terminara con ella.
Stefanie conocía a Marcus desde que eran pequeños. Él y su hermana pequeña, Roxanne, habían perdido a su padre cuando eran muy pequeños para recordarlo. La hermana de Marcus murió en un extraño accidente, y, de tristeza, su madre también lo hizo.
Tal vez, la atracción era especial. Tanto Stefanie como Marcus sabían que tenían algo especial, algo que los diferenciaba del resto. Y por eso y otras cosas más, se amaban. Se amaban tanto que no sabían las consecuencias.
—Stephie— susurró Marcus, cuando estaba a un metro de ella. Stefanie levantó la mirada y sentía el picor detrás de sus ojos, cosa que le adelantó un llanto.
No llores. Se dijo a ella misma.
—Marcus— dijo Stefanie, levantándose y limpiando el polvo en sus vaqueros—. Tengo algo que decirte.
—Se supone— dijo él mientras se acercaba más. Le acarició suavemente la mejilla—. Martinique me dijo que habías ido roja y parecía que hubieras llorado.
—Ni que lo digas— susurró ella, bajando la mirada, un poco avergonzada por haber aparecido así como si nada, llorando, en la casa de su pareja.
—Y entonces...— Marcus abrazó a Stefanie, acariciándole el pómulo—. ¿Qué es?
Stefanie tragó duro y lanzó una bocanada de aire. Sintió como se le encogía el estómago y su corazón latía más rápido.
Esto no le hará bien. Pensó. Stephie, no le hará ni bien a ti ni a él.
—Soy yo... Somos nosotros— ella hizo una pausa para respirar hondo. No lo estaba haciendo bien, y si había algo que odiaba mucho, era tartamudear—. ¿Recuerdas lo que hicimos hace un mes, Marcus? Tengo... tengo un retraso. Fui al médico y...
—Estás embarazada.
Ella se tranquilizó. Marcus le había desatado ese nudo en la garganta que no le dejaba decirlo. Aunque, después de todo, aquella noticia se la dio muy directa... o eso le pareció a ella.
—Sí— respondió ella.
Lo que siguió después, Stefanie no sabía que ocurriría. Marcus la abrazó tan fuerte que ella podría haber perdido la respiración, además de que no podía respirar porque él la estaba besando.
—Estás... ¡Estás feliz!— gritó Stefanie, eufórica, cuando Marcus ya la había soltado. Ella saltó y abrazó a Marcus.
—Claro que sí, ¿Por qué no iba a estarlo?— él le frunció el ceño—. Eres mi novia, me hago responsable de esto. Es mi hijo o hija, y lo cuidaremos juntos.
—Gracias— Stefanie comenzó a llorar—. Marcus... tengo miedo.
—Yo también— dijo—. Por eso, ¿Stephie? ¿Quieres ser mi esposa? — le preguntó, sin dudar. Parecía que había planeado eso desde hace días, y lo dijo tan a la directa que dejó a Stefanie en shock.
—Se supone que tendría que ser bajo la luna, alrededor de velas...— ella hizo una pausa larga, pero hablaba en broma—. Sí, quiero.

—Está bien— dijo Marcus, mientras una sonrisa se le dibujaba en el rostro. Bajó sus manos al vientre de su prometida y le dio unas palmadas—. Si es niña, Charlotte. Si es niño, Carl.

Sinopsis de Deseos Pasados

Holaaa, vengo a ponerles la sinopsis de la novela que comenzaré a subir!


"La vida de Julianne Cousteen nunca fue normal: nunca tuvo novio, su padre las abandonó a ella y a su madre, y era de las únicas estudiantes que no querían entrar al equipo de animadoras

Claro que ella no sabía hasta que medida no podía ser normal. Lo supo el día en que comenzó a brillar como una estrella, y el chico que más odiaba, Martin Dean, la vio y la llamó algo que ella nunca imaginó que pudiera salir de los labios de él.
Poco a poco, Julianne desarrolla un sentimiento hacia Martin cerca del odio, pero al mismo tiempo, cerca del amor, y ese sentimiento pasa al amor cuando descubre el secreto de Martin."

—Solo para que conste, dos cosas: primero, tenemos la misma edad— él se acerca a mí, disimuladamente, pero aún así, me doy cuenta.
— ¿Y la segunda?— pregunto, desesperada por salir de esta incómoda posición.
—La segunda— repite él, y me sonríe—. La segunda es que me gustas, y me gustas mucho.




8.9.13

Los Híbridos. Capítulo 2.

Por la tarde, me toca ir hacia la planta nueve de mi edificio para trabajar.
Salgo de mi apartamento y le toco la puerta a mi vecina, Yocasta, para avisarle que ya es la hora. Que sea una híbrida Viajera no quiere decir que tenga reloj, porque es lo que menos tiene.
Yocasta abre la puerta. Su cabello está recién rapado de un lado y del otro, hay un largo mechón de pelo dorado con las puntas teñidas de rosa oscuro. Su ropa siempre es de colores sufridos y destruidos. Ella es hija de híbridos y, por lo tanto, tiene más pertenencias que yo.
Mi vecina se ríe y cierra los ojos. Al abrirlos, veo lo que la delata como híbrida: sus ojos son rosados, tanto como las puntas de su cabello. Los nacidos en ciudades humanas no tenemos una marca híbrida, por así decirle, pero mis hijos sí puede que tengan. Si es que llego a tener hijos, ya que esta marca puede aparecer cuando tus padres son híbridos.
—Hola, Kya— me saluda mi vecina, dirigiéndome una sonrisa mientras le colocaba a su puerta la contraseña correspondiente—. Fui esta mañana a tu apartamento y no me contestaste— dice, mirándome con el ceño fruncido. Demonios, hora de inventar una buena excusa.
—Estaba bañándome y escuchando un poco de música— digo, vacilando un poco, pero Yocasta es lenta, así que dudo que se haya dado cuenta de mi vacilación.
—No escuchaba el ruido del agua y la música— replica con mirada inquisidora, mientras nos dirigimos al ascensor.
—Poderes telepáticos— digo, tocando mi cabeza cuando paramos frente al ascensor. Parece que esa respuesta le alcanza, porque no insiste más.
Entramos en el ascensor que da a la ciudad, y marcamos la contraseña en el pequeño panel para demostrar que pertenecemos al edificio. Después, tengo que posar mi mano sobre el lector y Yocasta también, y recién ahí el ascensor comienza a subir, piso por piso...
Hasta que para en el cuarto.
Mierda.
Josh entra sonriendo victorioso, porque de seguro sabía de antemano que quiénes veníamos en el elevador éramos nosotras, pero porque somos puntuales... no como él. Además, olvidé que, aunque tengamos distintos trabajos, trabajamos a la misma hora.
—Señoritas, que hermoso día, ¿Verdad?— dice mientras hace todo el juego que nosotras hicimos hace menos de tres minutos.
—Hasta que te vi era hermoso— le respondo, cruzándome de brazos.
Él se acerca a mí, haciendo caso omiso de que Yocasta está aquí, aunque ella apenas nos presta atención, ya que observa cómo van pasando los pisos.
—No dijiste lo mismo ayer por la noche, cuando viniste a dormir a mi habitación— susurra a mi oído, disimuladamente para que Yocasta no lo escuche y vea.
Le pego en la parte baja para que se calle. Le sonrío a modo de respuesta, mientras el sufre. Yocasta no se dio cuenta de la escena que se desarrollaba atrás de ella. Mejor así.
Llegamos a la planta nueve y las puertas del ascensor se abren silenciosamente, dejando a la vista el taller de las máquinas. Aquí es donde Josh se queda para reparar las que estén mal, o a romper los circuitos de las que amenazan al sistema Híbrido, como hacía mi padre antes de morir.
Yocasta debe subir un piso más para trabajar en el casino, así que me despido de ella con un movimiento de mi mano, tan simple como puedo.
Siempre fui fría, así que ya está acostumbrada.
Y yo, en cuanto al trabajo... bueno yo debo organizar los papeles del director de la escuela.
Cuando llegué aquí hace cinco años, nos daban dos opciones. Seguir la escuela hasta terminarla a los diecisiete, o dejarla y tomar un trabajo tonto, como el del casino. Tanto yo como Josh, que solo quiso seguir la escuela para fastidiarme, elegimos terminarla y conseguir buenos trabajos.
Aunque recién estamos a dos años de comenzar nuestros trabajos, tal vez si seguimos en ellos, dentro de un par de años, yo llego a ser profesora, o incluso directora de edificio de la escuela o del orfanato, claro si no me seleccionan como la Balanza antes, pero no es un trabajo que quiera, aunque sí me eligen como ella no me va a quedar otra que aceptarlo; Josh puede llegar a ser el mecánico general de las máquinas, pero su gran cerebro lleno de estupideces no se lo permite.
Suspiro mientras sigo el pasillo que lleva a la oficina de Lerroy, mi jefe. Él es un hombre de más de cuarenta, y, lamentablemente, es un híbrido Humano, o sea, un hijo de híbridos que no posee poderes.
Lerroy tiene tres hijos: unos gemelos y una pequeña niña. Su mujer, una híbrida Cambiante, trabaja en la escuela secundaria y fue mi profesora. En cuanto a sus hijos varones, Ross y Roch, tienen dieciséis y de vez en cuando tocan los porteros de los edificios de solteros, solo para fastidiar. En cuanto a la niña, Eve, no tiene más de nueve, y no toma el camino que tomaron sus hermanos hace ya cuatro años.
Toco la puerta de la oficina y Lerroy me dice que pase, como todas las mañanas. El hombre es tan bueno que me trata como si fuera su cuarta hija.
Su oficina tiene paredes de cristal que dan al parque principal de la ciudad, donde niños juegan. Arriba se ve el edificio con los propulsores que lo hacen volar. En el parque, se puede ver el ascensor que lleva al edificio del subsuelo, y unos metros más allá el que lleva al edificio flotante.
—Hola, Lerroy, ¿Cómo estás hoy?— le pregunto a mi jefe, mientras me siento en mi escritorio frente a la ventana, del otro lado del de Lerroy.
—Bien, querida, gracias— me responde, sonriendo—. Eve hoy irá a la sala de máquinas para ver cómo funcionan. 
Eve siempre fue la que mejor me cayó de los hijos de Lerroy. Su cabello era híbrido, de un color canela que nadie podría tener en una ciudad humana. Sus ojos eran verdes, como los de su padre. Era débil y un escáner que se hace una vez al año en la Ciudad de Tres Pisos daba que, probablemente, Eve también sería una híbrida Humana. En cuanto a Ross y Roch, ellos son ambos híbridos Combatientes.
—Espero que le vaya bien— digo, mientras agarro la pantalla de la computadora y comienzo a revisar mi e-mail.
—Tu madre llamó esta mañana— dice Lerroy, mientras teclea en su teclado y presiona enviar—. Dijo que la llamaras cuando sea la hora de tu trabajo.
O sea, ahora.
—Está bien, gracias— le digo, mientras cojo el teléfono y marco los números correspondientes a las ciudades externas—. ¿Tienes idea de qué quería?
Lerroy sacude su cabeza, mientras regresa a su tarea de organizar los expedientes de los nuevos híbridos que piden una matrícula para la escuela.
Al tercer timbre del teléfono, la voz de mi hermano, Lance, que el año pasado pasó el escáner y le dio humano, contesta.
—Hola, angelito— me dice mi hermano, entre risas. Él sabe que soy yo por el lector de llamadas, supongo, y ese apodo humillante... bueno, es que como mi poder híbrido es Angelical, él me ha comenzado a llamar angelito, aunque no soy ningún ángel—. Mamá ahora no está.
—Vamos, Lance, hace más de cinco años que me fui y me sigues llamando angelito. Supéralo, ya no me molesta— replico, sonriendo, mientras agarro un lápiz y lo muerdo. Esa mala costumbre la tengo desde que tengo diez.
—Es una costumbre, Kya, no puedo evitarlo— me parece que se encoge de hombros al otro lado del teléfono
—¿Sabes que quería mamá? — le pregunto, sacando el lápiz de mi boca, y volviéndolo a dejar en el lapicero.
—Creo que quería decirte algo sobre la familia de Josh— me responde, pero no esperaba que respondiera aquello—. Su hermana Caitlin fue trasladada a la Ciudad de Tres Pisos. Creo que Josh debería saberlo.
Me encojo de hombros.
—Se lo diré cuando salga del trabajo en exactamente dos horas— digo, agarrando el teléfono con el hombro y viendo la hora en la torre Híbrida frente a este edificio.
—Tienes suerte, Kya, acá tenemos que trabajar más de cinco horas.
—Dímelo a mí, quiero algo no tan productivo como lo que hace Josh, o sea, lo que hago ahora— le digo, riéndome—. Mañana hablamos, Lance, adiós.
Dejo el teléfono en su lugar, y me paso ambas manos por la cara.
—¿Ocurrió algo malo?— me pregunta Lerroy, cuando me ve suspirar y pellizcar el puente de mi nariz.
—A la hermana de catorce años de Josh la trasladaron hacia esta ciudad. No puede significar algo bueno— le respondo, sentándome encorvada en el asiento.
—¿Una manifestación anticipada, eh?— pregunta Lerroy, tecleando un par de cosas en la pantalla de su computadora—. Eso no pasa todos los días.
—Su familia es descendiente de híbridos desterrados, pero eso fue hace más de un siglo— le cuento, aunque me parece que yo también soy descendiente de híbridos desterrados.
Lerroy sacude la cabeza.
—Los genes quedan, Kya— deja la pantalla sobre su escritorio y me frunce el ceño—. Ahora hazme el papeleo, quiero ir a ver a Eve cuando entre en la sala de máquinas del edificio escolar— termina de decir, mientras relee una carta. Me pongo a anotar las hojas que me pide, se las entrego, y estoy libre de trabajo hasta dentro de dos días.

7.9.13

Cuento Random #1

Sin Esperanzas


Todos dicen que los adolescentes no saben aún lo que quieren, y que desde que empiezan esa etapa, muchas cosas pasan por su camino: la amistad, el amor, obstáculos que no dejan que sigan adelante.
Nuestras vidas tienen algo de sencillo, y algo que nos complica todo. Para mí, lo sencillo era enamorarse, pero lo difícil, que esa persona se vaya y me rompa el corazón. ¿Por qué lo digo? Porque me pasó.
Lily y yo, Juliet, eramos amigas desde el kinder. Crecimos juntas y, en tercer grado, llegó Kelly. Lily se enamoró del hermano mayor de Kelly, Sam, y creció rápido. Además de que su papá había muerto cuando ella era más pequeña. 
Cuando estábamos terminando la escuela primaria, llegó Matt. Extrovertido, activo y atractivo, Matt llegó a la escuela y, como a todas las chicas, nos robó el corazón. Esos ojos azules como el océano y ese hermoso cabello rubio, estaban en un solo chico, y de alguna forma milagrosa, mis ojos verdes y mi cabello azabache también lo cegaron. No mucho después, me dijo lo que sentía por mí y nos pusimos de novios. Éramos de esas parejas de adolescentes que salían por primera vez en sus vidas. Andábamos de la mano como niños en el kinder, que dicen ser novios cuando ni siquiera saben lo es. Nuestra relación duró hasta que yo cumplí dieciséis, o sea, hasta hace un mes. 
Una noche, antes de que todo sucediera, una llamada entró a mi celular. Cuando contesté, era Matt. Nuestra relación se había vuelto más seria en esos últimos cuatro años.
-Juliet- dijo-, necesitamos hablar... y no es nada bueno- continuó, después de una pausa.
-¿Pasó algo malo?- respondí, un poco ansiosa y preocupada por lo que me quería decir.
-¿Quieres almorzar mañana solos en la escuela?, es muy importante- me pidió, sonando triste.
-Sí, claro, les diré a las chicas que almorzaremos solos.
Y así fue como pasó, al día siguiente, me contó la triste noticia: su madre había sido transferida al exterior, y debían mudarse. Le pregunté si podía quedarse con su hermana, pero me respondió que ella entraría a la universidad en pocos meses y que en ese trayecto, se quedaría con su novio. Estuve llorando dos días por la ruptura, desconsolada porque no vería más su sonrisa.
Tiempo después, en la escuela todos tenían pareja, menos yo y el chico de intercambio. Lautaro, a diferencia de Matt, tenía ojos café y cabello negro. Era tímido y parecía haber sufrido. Un día, la curiosidad me invadió y decidí acercarme a hablar con él.
Parecía desinteresado, pero sus ojos café parecían llorar por dentro. Me presenté como su una de sus compañeras de física, y me reconoció al instante.
-Juliet, sí, te recuerdo- pone su cara pensativa-. La que se duerme en clase, ¿Verdad?- preguntó, burlón.
-Si me reconoces por eso, sí, soy esa- respondí con una media sonrisa-. ¿Por qué estás solo?- me atreví a preguntar.
-Porque nadie me cree- dijo, encogiéndose de hombros.
-¿Creer qué?- pregunté-. Si me lo contaras, podría creerte.
-Es una historia larga, no quiero arruinarte la tarde.
-No me arruinas la tarde, no quiero ir de compras hoy- digo, encogiéndome de hombros.
Nos sentamos bajo un árbol fuera del gimnasio después de la práctica. Suspiró.
-Como ya sabes, vengo de Colombia, y tenía una mejor amiga, Sally- su rostro se iluminó al nombrarla-. Era dulce y tranquila. Era tan tierna, y bajo su cabello rubio, había una sonrisa rosada y unos hermosos ojos celestes- sonaba tan orgulloso-. Su madre había fallecido cuando ella tenía seis años. Su padre, un profesor en la universidad, se enamoró de una profesora de baile- ahora, su mirada se ensombreció-. Se casaron y tuvieron un bebé. Sally me contó, ya siendo mi novia, que sentía que su padre las reemplazó a ella y a su difunta madre. Ella comenzó a pelearse con su padre y ella... ella...- parecía apunto de ponerse a llorar. Parecía tan débil- ella comenzó a escaparse por las noches, para irse a llorar al parque que quedaba a un par de manzanas de su casa- una lágrima silenciosa cayó por su mejilla-.Una noche, la pelea que tuvo con su padre...- y ahí terminó, sus lágrimas comenzaron a caer. Se levantó avergonzado y se despidió de mí, prometiéndome que me iba a contar la historia completa al día siguiente.
Eran las cinco de la tarde, y debía ir a hacer una tarea a la casa de Kelly. Cuando regresé a mi casa, en el autobús, eran las nueve de la noche. Caminaba tranquila, pensando en lo que me había contado Lautaro, cuando me choqué con una chica que estaba desesperada. La joven, tendría unos dieciséis años como yo, y me pareció raro algo. Cabello rubio, ojos celestes, labrios rosados, tímida.
-¿Sally?- pregunté, desconcertada.
-¿Te conozco?, soy nueva por aquí- respondió, inocentemente.
-Yo no, pero tu ex-novio sí- le espeté. Su mirada se iluminó.
-¿Lautaro? ¿Él está aquí?- preguntó, feliz.
-Sí, y llorando por ti- dije, sonando obvia.
-Te lo puedo explicar- me rogó-. Hay una explicación. Sabes mi nombre, ¿Cuál es el tuyo?
-Juliet- respondí-. Termina de contar la historia, porque Lautaro se hecho a llorar.
Ella suspiró.
Dijo que con gusto terminaría de contarla, diciendo entre medio lo sensible que podía llegar a ser Lautaro. Me contó lo mismo que Lautaro. Ella también era de Colombia. Agregó, también, que todas las noches se peleaban ella y su padre, y que por eso, se escapaba a llorar al parque. Una de esas noches, regresando del parque, cruzando la calle, un conductor ebrio la atropelló, y ella quedó inconsciente. Su padre se enteró a la mañana siguiente de la muerte de su hija. La verdad era que, el doctor escuchó a Sally lamentándose por su vida, y le propuso un acto que tal vez no la beneficiaría: pasar por fallecida y salir del país, cambiar la identidad y comenzar una nueva vida. Con la ayuda del doctor, escapó del país, y su familia, su novio y sus amigos piensan que está muerta. Luego, lloró un rato largo.
Quedamos en silencio, y por un rato, sólo se escuchaba el ruido del tren sobre las vías a nuestra derecha. No sé cuánto tiempo pasó, pero ella tardó un rato en tranquilizarse y, sin mirarme, dijo:
-Perdón, pero hay otra cosa- su voz estaba entrecortada por los sollozos-. Te lo debo contar...
Siguió contándome la historia. Su padre no era bueno ni con ella ni con su madre: a Sally le pegaba, y al parecer fue el causante de la muerte de la madre de Sally. Me contó, también, que su madrastra también la trataba mal. 
El tren volvió a pasar, cuando cada una tomó su camino, y poco a poco, nos alejábamos.
Tardé un poco en dormir. Reflexioné en lo que Sally me había contado, y me decía a mí misma: "Lily y Sam. Kelly y Colin. Jane y Ezequiel. Todos menos yo". Logré dormirme a la media hora.
Semanas después, cuando ya había trabado amistad con Lautaro, en mis sueños apareció la imagen de un chico, con pelo negro y ojos café. Con ese sueño, comprobé que estaba enamorada de mi amigo.
Al día siguiente, estuve hablando con Lautaro. Me atreví a preguntarle por qué lloraba cada vez que hablaba de Sally, y él me contestó:
-Porque había perdido las esperanzas de que una chica parecida a Sally apareciera en mi vida- levantó la mirada y me miró a los ojos-. Pero las esperanzas no están perdidas, porque ahora, estoy entusiasmado con alguien, de nuevo...
-¿Y quién es?- le interrumpí.
-Cállate- me espetó.
Y sin dejarme contestar, me besó. Comprobé que ese quién era yo, y que, como había dicho él antes, no todas las esperanzas están perdidas después de la primera vez.


*Los cuentos random los subo cada sábado, estos no tienen nada que ver con la historia que subo diariamente, gracias* :)

Los Híbridos. Capítulo 1.

5 AÑOS DESPUÉS...


Los gritos nos despiertan. ¿Por qué demonios no podemos dormir hasta las ocho de la mañana sin que un maldito grito nos despierte?
Es lo mismo. Todas las santas mañanas desde que he llegado aquí.
Josh saca su brazo de encima de mí y suspira, pasándose las manos por los ojos. Si fuera por él, dormiría hasta las doce del mediodía, pero yo simplemente no puedo dormir pensando que debajo nuestro hay alguien sufriendo tanto. Y los gritos son testigos de que no hay nada bueno allá abajo.
—¿Sabes? Podría quedarme aquí para siempre— me dice Josh, incorporándose en la cama. Su abdomen se frunce y se marca más de lo marcado que está.
—No me malinterpretes— le respondo, mientras me estiro, dejando que él vea más de lo debido, para mí gusto—. Solo me quedo aquí porque en mi apartamento los gritos son mucho más fuertes.
Él me mira y se ríe, un poco demasiado exagerado.
—Para beneficio de ambos— dice. Le pego en la espalda. Odio esos comentarios de él. Hacen que lo vea como un... gilipollas.
—Eres un idiota— le digo. Si sería una híbrida con poderes de fuego, mis manos estarían quemando las sábanas de mi ex-vecino, mientras él me dirige una de esas sonrisas que hacen derretir a cualquier chica. A cualquiera menos a mí.
Rememoro el crecimiento de Josh a través de los años, ya que, desde hace cinco años, casi seis, que él y yo estamos en la Ciudad de Tres Pisos.
Mia fue separada de nosotros cuando entramos a la ciudad, ya que la trasladaron al área del hospital debido a sus poderes. Sin embargo, tanto a Josh como a mí nos anotaron en el área de tierra. Aunque todos saben que, durante nuestra más tierna infancia, Josh y yo somos el agua y el aceite.
Primero, Josh me molestaba cuando yo era niña, tirando bombas de agua por la ventana de sus padres hacia la mía. Eso fue hasta que yo cumplí trece y cerré mi ventana por el resto de mi vida en mi viejo hogar.
Segundo, somos todo lo contrario, literalmente, hasta en el aspecto físico.
Tercero, él puede camuflarse con el ambiente gracias a su poder híbrido. Mientras que yo... bueno, ni los líderes híbridos tienen idea de qué papel debo llevar a cabo. Combatiente, es porque yo puedo leer, hablar y entrar a las mentes de otros. Hipnotizante es que puedo influir sobre las personas a que hagan algo que tal vez quieran o no. Y el Angelical... bueno, que después de que cumpla treinta, puedo entrar para candidata para ser la Balanza, aunque esa idea nunca me entusiasmó demasiado, ya que la Balanza es uno de los puestos más importantes en el gobierno. Su trabajo es mantener el equilibrio entre los humanos y los híbridos, pero no me gusta la idea de ser la intermediaria entre dos sociedades que se odian.
Yo me acuerdo que, en su momento, odiaba con toda mi alma a los Híbridos. Y bueno, así estoy, siendo una y viviendo con ellos.
—Déjame vestirme, por favor— le digo a Josh, mientras me siento a un lado de la cama y me paso las manos por los ojos.
Todavía sigo sin entender cómo es que, después de cinco años, no he besado a Josh. Ni siquiera estoy enamorada de él, a pesar de que durante los últimos cuatro años estuve durmiendo en su cama, junto a él, bajo la protección de su cuerpo.
Él asiente y se levanta para ir a ver la ventana, que tiene una hermosa vista del centro de la ciudad, y mientras tanto, los gritos cesan.
Los gritos provienen del subsuelo. Cada mañana, en el hospital entran híbridos que no logran soportar su poder, en su mayoría, los nuevos. De nuestra generación solo cuatro entraron al hospital, agonizando porque su cuerpo humano no aceptó a las partículas prohibidas. Dos de ellos, murieron, mientras que los otros debieron someterse a una terapia Híbrida, la cual desconozco y no quiero conocer. Mia debe tratar a la mayoría de los que tiene problemas con sus poderes, aunque muchos mueren en el proceso de curación.
Entro en el pequeño baño, despejándome con cada paso que doy, y me ducho rápidamente. Es lo mismo todas las mañanas, y ya se ha convertido en una rutina.
Despertarme, ducharme, vestirme e irme.
Si con Josh diríamos que estamos saliendo, nos podrían cambiar de apartamento a uno de convivencia, para parejas, pero a mí no me apetece mentir diciendo que él es mi pareja. Asco.
Salgo de la ducha tibia y me paro sobre la secadora. Pongo mi talón en el botón que se encuentra debajo de mí y lo aprieto para que el aire salga hacia arriba. Segundos después, ya estoy seca y me pongo la ropa interior, seguida por el vestido rojo que agarré de mi armario antes de dirigirme hacia aquí.
Salgo del baño y el trasero de Josh está sobre las sábanas de nuevo, me río y voy a buscar un vaso de agua al baño. Tomo un par de tragos y el resto lo deposito sobre la cabeza de mi compañero.
Salta y escupe el agua que entró a su boca.
—¿Por qué eso? — me grita, mientras sacude su cabeza empapada.
—Me dio la hermosa tentación de sacarte de tus sueños— le digo, con una sonrisa burlona.
—Los sueños en los que sueño contigo des... — agarro una almohada y le pego con ella en la cabeza. No puede ser tan ordinario.
—Si llegas a terminar esa oración, te juro que es tu último minuto en el que hablas.
—No puedes hacer nada, Kya, no más que entrar en la mente de otros— dice. Cuando se agarra la cabeza, levanta la mirada—. Bien, tú ganas, si te sirve de algo.
Le sonrió, mientras regreso mi mente a su lugar después de meterme en la de Josh. Esta era un huracán de sentimientos que no logro interpretar.
—Bien, ahora te irás a duchar— le dije, en tono maternal que era el que servía la mayoría de las veces para hipnotizar a mis víctimas.
Josh sacude la cabeza, y se dirige a la puerta de su apartamento.
—Por cierto— dice Josh, mientras me abre la puerta de su apartamento—, si quieres puedes fijarte que no era broma lo del sueño.
Lo miro con una mirada de odio, como de costumbre.
—No, gracias— cierro la puerta yo misma antes de que pueda decirme alguna otra estupidez, porque, después de todo, pareciera que ese es su mejor trabajo.
En el camino hacia mi habitación en la primera planta, me cruzo con Evan. Evan es el director de los Híbridos que viven entre las plantas una y ocho del edificio N, que es la residencia de los solteros.
Y, por suerte, quiere casarse con una Viajera. Yocasta, mi vecina, es una Viajera. Ellos pueden viajar en el tiempo, teletransportarse, cambiar las horas o cosas así, pero envidian a los poderes que sirven para comunicarse con las mentes de otros. Como mí poder. Yocasta ya lo superó hace tiempo, y se la pasa genial yendo detrás de Evan tratando de llamar su atención, aunque él no le devuelva toda esa atención.
Evan me saluda con la mano y yo asiento hacia él, mientras se pierde por la esquina del pasillo. Apoyo mi mano en el lector de huellas digitales y se abre mi puerta.
A todos los híbridos solteros se les asigna una habitación de los edificios de la “K” a la “O”;  a las parejas se les asigna de la “A” a la “J”; a las familias de la “P” a la “Z”, si es que no se les asigna una casa en los suburbios.
Mi apartamento tiene dos habitaciones. Mi sala de estar siempre fue roja, con una pantalla plana frente a los sillones, y en el otro extremo está la mesa, al lado de la puerta que lleva a la pequeña cocina. La habitación principal es verde oliva y blanca, conectada con el gran baño. Entro a mi sala de estar y me tiro sobre el sofá.
Agarro el celular que dejé cargar toda la noche y me fijo los mensajes. Dos externos.
No puede ser otra persona que mi madre, porque es la única persona que tiene autorización para llamarme.
Ella y yo solo hemos tenido contacto por llamadas, una vez al día. Mi hermano me vino a visitar una vez al año, con video-visitas de mi madre, aunque el año pasado Lance debió pasar el escáner y no pudo venir a visitarme más. Los extraño. Me imagino su dolor tan grande como el que sentimos los tres cuando mi padre murió cuando yo tenía diez.
Marco el número de mi madre y espero a que conteste, aunque me salta al buzón de llamadas. Claro, en mi vieja casa todavía es de madrugada.
Bien, será para otra hora.

6.9.13

Los Hibridos. Prólogo.

El reloj comienza a sonar a mi lado. Me estiro un poco para apagarlo.
Un nuevo día. Un nuevo infierno.
Mis ojos, que están apenas abiertos, captan la luz entrar por la ventana de mi habitación. La ventana cerrada desde siempre está cubierta por dos cortinas rojas. El rojo siempre fue mi color favorito desde que tengo memoria.
Me estremezco al recordar que día es hoy.
Hoy es sábado; el primer sábado de agosto. Hoy, las máquinas manejadas por el gobierno pasarán a recoger a todos los adolescentes que cumplimos quince años en el último año.
Me levanto de la cama y sacudo mi cabeza para despejarme del sueño cercano. A los pies de mi cama está el uniforme que me dejaron ayer en la puerta de mi casa, que es de mi talla y se supone que es obligatorio, aunque nunca alguien se salta la parte de agregarle algún accesorio, ya que es de un gris aburrido y oscuro.
Pero yo no me quiero meter en problemas, y opto por dejarlo así como está.
Me dirijo al baño y me doy una ducha, que dura aproximadamente diez minutos, sin saltar la parte de ponerme a reflexionar sobre este día. El día que los libros de Biología e Historia nombran como el más importante del año para los jóvenes.
Al salir de la ducha y de mi eterna reflexión (salir de ella me deprime un poco), me seco y me peino el cabello. Por último, me pongo el uniforme que me hace acordar a los trajes de los súper héroes de las historietas que mi hermano menor, Lance, lee.
Voy hacia el espejo que está sobre mi mesa de noche y me miro, mientras rezo con que yo no sea uno de ellos.
Desde hace tres décadas que se impuso la regla de investigación de la sangre. Eso se nombra en todos los libros, exceptuando el de Matemáticas y el de Física.
El libro de Biología dice que, cuando la sangre de una persona lleva partículas prohibidas, es un híbrido. Los híbridos, con el paso de los años, obtuvieron potencial, y en este momento, solo quedan unas pocas ciudades humanas.
Las partículas prohibidas, si es que se poseen, se activan después de los quince años. Se desarrollan habilidades sobrehumanas. Si eres un híbrido, te sacan de la ciudad y te llevan a la ciudad de Tres Pisos más cercana. Esta ciudad tiene tres plantas: un edificio en la superficie de la tierra, una instalación en el subsuelo, y una clase de edificio flotante en el cielo. De ahí ese nombre tan... ¿Original? ¿Irónico? ¿Obvio? ¿Estúpido?
Escucho como llaman a la puerta de entrada, y como una voz metálica me nombra desde abajo. Me estremezco y siento mis manos traspirar. Me las limpio en los pantalones y me muerdo el labio, sin retirar la vista del espejo.
Le hecho una última mirada a mi habitación, y, finalmente, bajo las escaleras, aunque insegura.
Mi madre está al lado de la puerta, observándome bajar. Afuera, hay una máquina con forma de escarabajo y que podría compararse perfectamente con el sofá de mi sala de estar.
Antes de salir, mi madre me abraza, me acaricia el cabello, y me mira con sus ojos ámbar, iguales a los míos, llenos de lágrimas. Si el caso es que yo soy una híbrida, esta sería la última vez que la vería.
Los únicos que podían ver a los híbridos fuera de la ciudad eran los no-desarrollados, o sea, los menores de quince. Escucho las pisadas de mi hermano de diez años. Su cabeza, con cabello marrón más oscuro que el mío, aparece primero por la puerta de cocina. Lance corre hacia mí y me abraza en las piernas, mientras yo le sacudo el cabello y se lo despeino.
Mientras salgo de mi hogar, les hago señas a mi familia y bajo las escalinatas. Camino por el frente de mi casa mientras la máquina se mueve hacia el centro de la ciudad. Todos los adolescentes de la cuadra la seguimos.
Cuando estamos llegando a la esquina de mi cuadra, siento que alguien me empuja y escucho una voz familiar. Una voz familiar que solo me trae problemas... y un terrible dolor de cabeza.
—Hola, Kya, ese uniforme te favorece— le lanzo una mirada de odio a mi vecino, Josh, que parece agradable y completamente sexy a simple vista, pero que al abrir la boca puede resultar un reverendo idiota—. Vamos, ¿Me dirás que no estás nerviosa?— yo sé lo que quiere oír, así que le pego fuerte en las costillas. No le demostraré que tengo miedo por lo que vaya a ocurrir—. Yo sé que me quieres— dice, encogiéndose de hombros, burlonamente.
Decido seguirle la corriente.
—Sí, no sabes cuánto— le respondo, sonando lo más sarcástica que puedo. El ser sarcástica siempre molestó a Josh, que ahora me está dirigiendo una sonrisa.
Cuando me doy cuenta, ya estamos en el centro. La plaza central está frente a nosotros. El edificio de justicia está al otro lado de la calle, tan viejo como lo recuerdo. En los libros de Historia, aquel edificio está nuevo. En los libros de Historia, también dice que esta parte del continente se llamaba Norte América. En aquel entonces, este territorio se llamaba Columbia Británica, que quedaba en un país llamado Canadá. Ahora, lo único que conozco, y voy a llegar a conocer es la Nueva Vancouver.
Frente a nosotros, el edificio de las Especies se levanta. Este es el edificio más grande de la ciudad, con cerca de cincuenta plantas, y es realmente hermoso. Todas sus plantas están decoradas por cristal azul, que en la puesta del sol brilla con tanto resplandor que podría verlo todo el día.
Pero la vida no empieza ni termina ahí.
Cuando la máquina se acerca a la puerta, esta se abre y el escarabajo entra, sin esperar a que le sigamos. Nuestra obligación es seguir a la chatarra, es una norma que no podemos romper.
La máquina nos dirige por un largo pasillo. A lo lejos, observo una plataforma.
Entramos a lo que llaman el patio central. En el centro, una máquina conocida como “Máquina Madre”, ya ha comenzado a escanear adolescentes, en busca de un Híbrido al que enviar al destino, o de un Humano al que debe seguir su vida normalmente.
El lugar está abarrotado de adolescentes. En un extremo hay un grupo de chicos hablando sonrientes. Por el alivio en sus caras, se puede notar que ellos ya han pasado la prueba y son humanos.
Pero no logro ver a ningún chico que muestre cara de nerviosismo, claro además de los que estamos esperando a ser escaneados. ¿Dónde están los que tienen partículas prohibidas en la sangre? ¿Acaso los han asesinado? Lo dudo.
Al cabo de unos diez minutos, que parecieron ser horas para mí, una voz metálica y potente me llama por el número de mi casa.
Respiro entrecortadamente, mientras me acerco al centro del patio. Allí, hay cuatro círculos alrededor de la máquina. En cada uno, un chico se debe parar mientras el escáner barre a cada uno. He escuchado como gritaba Híbrido o Humano alrededor de veinte veces.
Comienzo a sudar en las manos cuando me doy cuenta de que es mi hora. Con esto, se decide mi destino. Miro furtivamente a mí alrededor, como si la respuesta a todo estuviera allí, aunque esté dentro de mí. Veo que Josh me sonríe, animándome.
El escáner comienza a moverse hacia mí, lentamente, y un cosquilleo se enciende en mi interior cuando ya está arriba mío. La máquina está dentro de mí. De mí cuerpo. De mí mente.
Segundos después, un par de palabras aparecen en mi campo de visión. Combatiente Hipnotizante Angelical.
Tres palabras. No una.
Tres palabras. Humano no está entre ellas. No soy humana... soy...
Híbrida— dice la voz computarizada de la máquina encima de mí. Aprieto fuerte los ojos cuando siento que algo me agarra de la cintura y me lleva hacia un lugar.
Al abrir los ojos, una puerta está delante de mí. Es la habitación donde están los híbridos. Mientras la pinza de la máquina me tira dentro de la habitación bruscamente, puedo observar varios adolescentes. Cuando toco el suelo, escucho como llaman a Josh.
Segundos después, me encuentro llorando sobre un piso frío. Una mano se posa sobre mí y levanto la mirada lentamente. Una chica que tiene ojos azules y cabello violeta me mira con ojos llenos de compasión. ¿Compasión? De seguro un familiar de la chica es un híbrido y ella ya se lo veía venir.
—Me llamo Mia— dice, alegre, cosa que yo no estoy ahora—. Tú eres Kya, ¿Verdad? — asiento con la cabeza, medio aturdida. Aquí, la mayoría de las veces, todos nos conocemos, aunque yo no conozca a casi nadie.
Mia, en realidad, parece ser bastante sociable, cosa que yo no soy.
Una máquina se mueve en el patio, la puerta se abre y Josh cae dentro.
—Hola, Kya, nos vemos de nuevo— me dice, con una sonrisa arrogante y burlona dibujada en el rostro. Me dan ganas de sacársela con un golpe.
Mia nos mira a ambos. Ella nota un poco la tensión que flota sobre mí y abre la boca.
—¿Qué les ha dado el escáner? — pregunta. Parece que fue lo primero que se le vino a la cabeza—. A mí Combatiente Curativa.
Josh resopla a mi lado, y se cruza de brazos.
Cambiante— dijo al fin, pero con tono de reproche.
Trato de recordar las palabras que vi.
—Yo... — vacilo un momento, mientras trato de limpiar mis lágrimas—, Combatiente Hipnotizante Angelical.
Las miradas de desconcierto de Josh y Mia caen sobre mí. Me siento incómoda, y me encojo de hombros.
Levanto la vista y veo a Josh sacudir la cabeza.
—Oh, no, esto no está bien— dice.
—¿Qué no está bien? — pregunto, inocentemente. En la escuela, rechacé tomar la clase de conocimiento Híbrido.
Mia resopla a mí lado.
—Estás en el margen, por así decirlo— dice Mia, haciendo gestos con las manos que parece ser una costumbre de la chica—. Gracias a lo Angelical tienes que ver con el equilibrio de las sociedades,
Bien, esto está excelente, ya estoy metida en algo que no me agrada.
Siento que mi cabello se arremolina y que mis ojos lloran. Lo mismo pasa con Mia, y con el cabello azabache y los ojos verdes de Josh. El techo de arriba nuestro se abre y diviso una nave Híbrida.
Nos succionan y sé que, al estar dentro de la corriente de aire, soy una híbrida, y que estamos rumbo a la ciudad de Tres Pisos.
English French German Spain Italian Dutch Russian Portuguese Japanese Korean Arabic Chinese Simplified