Corro sin
hacerle caso a la voz en mi cabeza diciéndome que pare, que esto está mal. No
está mal, cabecita. Solo estoy haciendo lo que se supone que debería haber
hecho hace tiempo.
Lo que está
afuera, antes era mi mundo. Creo que merezco saber qué fue de él después de esa
horrible noche.
Después de
lo que parece un kilómetro, me encuentro con unas escaleras de alcantarilla.
Miro hacia arriba, pero solo puedo ver oscuridad. ¿Qué hay allí arriba? Nunca
lo sabré si no subo esta escalera.
Agarro los
dos barrotes y pongo mi pie en la primera barra. Luego el otro pie en la
tercera. Y así, comienzo a subir. Cuando estoy en la séptima barra, escucho
pasos abajo, y sé que son los de Cass. Con un suspiro pesado, aprieto mis manos
en las barras y comienzo a subir más rápidamente.
Olvido a la
voz llamándome abajo, y miro hacia arriba. Hacia lo que sé será mi destino.
A medida que
subo, luces se encienden a mí alrededor. Se activan con el movimiento, noto, y
cuando salgo de la visión de estas, se apagan. Son útiles. Dejan de lado a
fisgones estúpidos.
No sé por
cuánto tiempo estuve subiendo, quizá diez minutos, cuando veo una tapa de
alcantarilla, y luz filtrándose por los agujeros de esta. Sonrío, y termino de
subir. Me sostengo de la barra con una mano, mientras que con la otra intento
quitar la tapa lo mejor que puedo. Al principio no cede, pero al tercer intento
lo hace, y el túnel por el que estuve subiendo se ilumina por la luz solar.
Entrecierro
los ojos debido al choque del sol sobre mí. Hacía días que no veo la luz, y
ahora tengo la visión hipersensible.
Termino de
subir las escaleras y salgo a la superficie...
Y ahogo un
grito.
Escombros.
Todo es escombros. Escombros negros, grises y marrones me rodean, y el hedor a
muerte y cenizas entra por mi nariz, y lo respiro. Vomito ante ese último
pensamiento, y mis piernas ceden ante la destrucción del mundo en el que crecí.
Esto es
peor de lo que pensé.
Las
lágrimas llegan a mis ojos y caen, porque sé que nada de lo que estoy viendo se
podrá recuperar. Miles de vidas, hogares, personas. Todo destruido.
En estos
momentos, desearía estar muerta para no observar toda esta destrucción.
—Te lo
había advertido— la voz de Cass es solitaria en medio de todo esto. Somos las
únicas dos personas vivas pisando el suelo en estos momentos.
—Yo sabía
que todo estaba hecho un desastre— digo, con la garganta ardiendo por el vómito—.
Pero... no puedo. Simplemente... no.
Siento su
calor corporal, y luego el peso de su mano sobre mi hombro, y el leve apretón.
Me zafo de ella, y me levanto con dificultad.
—No nací
para que sientan compasión de mí— murmuro, mirando todavía hacia las casas
destruidas. ¿Son casas? ¿Edificios? ¿Hospitales? Dios, no lo sé, y eso lo hace
aún peor.
—Tampoco naciste
para ver esto— replica Cass, y lo miro sobre mi hombro. Está sudado, probablemente
debido a la subida. No sé cómo luzco, pero probablemente la suciedad de abajo
junto a mi mala alimentación de los últimos días y las escaleras me deben hacer
ver genial.
—Lo sé—
cierro los ojos y aspiro el aire mugriento. Por lo menos hay luz solar. Abro
los ojos y miro hacia el cielo. Pero lo único que puedo ver es un cielo nublado—.
Va a llover— anuncio, con voz seca. Debo beber algo antes de vomitar de nuevo.
—No— me
dice Cass—. El cielo ha estado así desde hace días— me explica—. Si hueles el
ambiente, no pareciera que haya llovido en siglos.
Miro a mí
alrededor, y tiene razón. Incluso algunos trozos de escombros siguen
desprendiendo humo.
No me gusta
este nuevo mundo, tan oscuro y sin vida. Ahora entiendo por qué Cass quiere
quedarse debajo y dejarnos a todos allí. Es nuestra fortaleza. Nos protege de
esto. De la horrible realidad de la que estamos escapando.
No todo
pudo escapar.
Observo una
rueda de auto a un par de metros. Está mayormente derretida y con el material
de la rueda chicloso esparcido alrededor, como petróleo.
—No puedo
imaginarme lo que sufrieron las personas que no lograron ser lo que somos
nosotros— las palabras salen de mis labios sin que yo pueda soportarlas. Mi
mirada sigue fija en la rueda, y no se digna a moverse—. Nuestros padres,
nuestros amigos. Todos.
Un silencio
se interpone entre nosotros, y luego escucho una piedra moverse. Cass debe
estar jugando con una.
—Mi padre
lo logró— me corrige, simplemente.
—Él no está
aquí— digo, mirándolo con el ceño fruncido.
—Lo sé—
contesta, algo cortante. Quiere decir que da por terminada esta conversación, y
que creo que es hora de volver abajo.
Pero yo no
quiero regresar a las profundidades.
Quiero
caminar hacia mi casa y encontrarme con que todo está en orden, que mis padres
están bromeando en la cocina mientras cortan papas y mi vecina está regando sus
plantas. Quiero ver que los pastizales verdes siguen existiendo y que los
árboles de la parte trasera de mi casa se alzan elegantemente como siempre lo
recuerdo.
Pero las
cosas no son así. Quizá nunca vuelvan a serlo.
Cierro los
ojos por un minuto, y rezo mentalmente por todas las personas y sus vidas
perdidas. Rezo por cada persona que perdió la vida y nunca la recuperará.
Espero que
estén en un lugar mejor.
Abro los
ojos y nada a cambiado. La rueda chamuscada. Los escombros hirviendo. El cielo
nublando y su luz fantasmal. Nada es un sueño, lamentablemente. Esta es la
triste realidad, y debo vivir con ella.
Me doy la
vuelta, y veo a Cass cruzado de brazos mirándome fijamente.
—No tienes
por qué regresar solo la próxima vez, lo sabes— le digo—. Ahora podemos
compartir este infierno.
Cass sacude
la cabeza y baja la cabeza.
—Esta es
solo la primera vez, Alanis— dice—. No lo superarás jamás. Cada vez que salgo y
veo lo mismo, una parte de mi alma se rompe. No quiero que te pase lo mismo a
ti.
Desvío la
mirada, y me encuentro con lo que parece ser un hueso. La regreso hacia Cass.
—No importa—
digo—. Ahora estoy contigo, y no aceptaré un no por respuesta.
Cass acepta
eso, porque no dice nada, y cuando se da la vuelta para meterse en el agujero,
le sigo.
Es hora de
volver a lo que nos protege de todo esto.
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